San Vicente de Paul - Tallado a mano
sábado, 6 de diciembre de 2008
¿Qué es ser poeta?
¿Qué es ser poeta? ¿Se es escribiendo poesía o se es en la actitud de lo cotidiano, de tomar la vida?
¿Solo lo literario define lo poético; o es la sensibilidad de la expresión en cada tarea que realiza?
¿Acaso, no es poesía un toque de pluma, un beso que erice, acercar el calor en una caricia, diluirse despacio en el otro, acunarse lentamente hasta que desaparece el mundo?
¿Qué es la poesía sino la sublimación de los sentidos? Sólo eso, no importa con qué se haga, importa lo que no se toca, no vemos; sólo lo que sentimos.
Quizás sea mejor, ser poeta cuando no se escribe.
¿Solo lo literario define lo poético; o es la sensibilidad de la expresión en cada tarea que realiza?
¿Acaso, no es poesía un toque de pluma, un beso que erice, acercar el calor en una caricia, diluirse despacio en el otro, acunarse lentamente hasta que desaparece el mundo?
¿Qué es la poesía sino la sublimación de los sentidos? Sólo eso, no importa con qué se haga, importa lo que no se toca, no vemos; sólo lo que sentimos.
Quizás sea mejor, ser poeta cuando no se escribe.
Poesía
Llueve sobre el río
Llueve sobre el río
lloran los sauces más que de costumbre
ausentes los trinos
dan lugar a los recuerdos
entibian el costado
como el agua por la bombilla.
Todo es melancolía
en sus nidos los pájaros
junto al fuego los perros
recorre espineles
alguien entre la bruma.
Las olas borran huellas
tienen el latido que nos lleva
entre las hojas
fru fru de sedas
que se quitan a la siesta.
Llueve sobre el río
lloran los sauces más que de costumbre
ausentes los trinos
dan lugar a los recuerdos
entibian el costado
como el agua por la bombilla.
Todo es melancolía
en sus nidos los pájaros
junto al fuego los perros
recorre espineles
alguien entre la bruma.
Las olas borran huellas
tienen el latido que nos lleva
entre las hojas
fru fru de sedas
que se quitan a la siesta.
Narrativa
Beto
Beto se acurrucó llorando sobre un tronquito. Era un llanto de rabia que retorcía las manos como queriendo quitarse algo de encima. Con esa misma rabia había arrancado los tiradores del pantalón, que dejó colgados en la rama de un espinillo.
El verdulero Quintana, tenía tres hijas mujeres y siempre esperó con ansias tener un varón para que lo ayude en las tareas. Por eso lo tenía a Beto, él era el hombrecito de la casa a pesar de su corta edad. Las hijas mayores hacían las tareas de la casa y Beto, ayudaba a su padre. El le había puesto ese nombre y le decía: - ¡Beto, traeme el caballo!, - ¡Beto, andá a buscar agua!, - ¡ Beto, alcanzame la verdura!. Un domingo, como nunca antes lo había hecho, le dijo que lo acompañara al boliche donde acostumbraba reunirse con los amigos a jugar unos trucos. Le arreglaron el pelo con gomina, camisa limpia, pantalón con tiradores nuevos y alpargatas de bigotes recortados y partieron. Cuando llegaron al lugar, Don Quintana fue saludando a los presentes hasta que uno le dijo: - ¡Pero ché, qué lindo gurisito que tenés! -a lo que respondió sonriendo: - ¡No, no es un gurisito, es mi hija, la menor!.
Por eso llora y repite: - ¡Yo no me llamo Beto, me llamo Francisca y soy mujer!.
Beto se acurrucó llorando sobre un tronquito. Era un llanto de rabia que retorcía las manos como queriendo quitarse algo de encima. Con esa misma rabia había arrancado los tiradores del pantalón, que dejó colgados en la rama de un espinillo.
El verdulero Quintana, tenía tres hijas mujeres y siempre esperó con ansias tener un varón para que lo ayude en las tareas. Por eso lo tenía a Beto, él era el hombrecito de la casa a pesar de su corta edad. Las hijas mayores hacían las tareas de la casa y Beto, ayudaba a su padre. El le había puesto ese nombre y le decía: - ¡Beto, traeme el caballo!, - ¡Beto, andá a buscar agua!, - ¡ Beto, alcanzame la verdura!. Un domingo, como nunca antes lo había hecho, le dijo que lo acompañara al boliche donde acostumbraba reunirse con los amigos a jugar unos trucos. Le arreglaron el pelo con gomina, camisa limpia, pantalón con tiradores nuevos y alpargatas de bigotes recortados y partieron. Cuando llegaron al lugar, Don Quintana fue saludando a los presentes hasta que uno le dijo: - ¡Pero ché, qué lindo gurisito que tenés! -a lo que respondió sonriendo: - ¡No, no es un gurisito, es mi hija, la menor!.
Por eso llora y repite: - ¡Yo no me llamo Beto, me llamo Francisca y soy mujer!.
SINTETICUENTO - Cuento breve
La pececita
- ¡Me voy de casa, no aguanto más esta vida aburrida! -dijo la pececita y agarró su mochila.
- No creas que la vida es fácil y no te enganches con cualquiera -dijo su madre afligida al despedirse.
Pero ella supo elegir bien, ahora es la favorita en el menú de un importante restaurante.
- ¡Me voy de casa, no aguanto más esta vida aburrida! -dijo la pececita y agarró su mochila.
- No creas que la vida es fácil y no te enganches con cualquiera -dijo su madre afligida al despedirse.
Pero ella supo elegir bien, ahora es la favorita en el menú de un importante restaurante.
viernes, 14 de noviembre de 2008
Poesía
Noche de lluvia
La luz de las esquinas
languidece todo
vigilia en los ojos
de las casas apiladas
censura al destino la nostalgia.
Vocales, sudores
agitaciones, ensambles
fotografías en el placard
las noches de lluvia.
Lloran las candelas
ausencias de pieles y pétalos
hay un suspiro de avena
suicido de recuerdos
con timbales en el techo.
La luz de las esquinas
languidece todo
vigilia en los ojos
de las casas apiladas
censura al destino la nostalgia.
Vocales, sudores
agitaciones, ensambles
fotografías en el placard
las noches de lluvia.
Lloran las candelas
ausencias de pieles y pétalos
hay un suspiro de avena
suicido de recuerdos
con timbales en el techo.
Narrativa
Un acto accidentado
El miércoles 2 de abril, amaneció con sol amable y un cielo límpido. En la plaza central donde se estaba desarrolando el acto en conmemoración a los caídos en Mlavinas. el director de la banda del ejército con asiento en la ciudad, esperaba la orden de las autoridades presentes para comenzarcon las marchas pertinentes mientras, se paseaba frente a los músicos golpeando la batuta en la plama de la mano. El público conversaba animadamente y observaba las evoluciones de las escuadras de soldados y la artillería. Algunos chiquilines, correteaban por entre la gente cruzando la soga que marcaba el límite entre los presentes y el desfile.
Todo se desarrollaba con normalidad. La persona designada como conductor del acto, con aire solemne se acercó al micrófono y lo golpeó con un dedo para comprobar el sonido y eso fue un anuncio de que el mismo comenzaba. Se acallaron las voces y se escuchó el toque de atención de un clarín. Las miradas del público estaban dirigidas al palco central observando a la autoridades y al locutor que se acercó al micrófono para hablar, en ese momento ocurrió lo inesperado, cuando lo tomó para acomodarlo mejor comenzó a contorsionarse con movimientos apilépticos ante el asombro de todos y luego, se desplomó en el piso evidentemente shoqueado. El intendente que estaba detrás de él, corrió para levantarlo y cuando ya lo había hecho ayudado por otros, sin querer, también tocó el micrófono y fue despedido para caer encima de la señora presidenta de la Comisión de Honores rodando los dos sobre unas sillas hasta quedar patas arriba.
Se produjo un amontonamiento para rescatarlos, corridas debajo del palco y a los gritos de asombro de los presentes se sumaron algunas risas puesto que la escena, era propia de un sainete. En estas circunstancias, el director de la banda por propia iniciativa y creyendo distraer al público de tan lamentable hecho, arrancó con los compases de una marcha alegre pero ésto, no hizo más que darle el marco propio de un espectáculo circense difícil de olvidar. Luego de idas y venidas, cambiando el elemento electrificado y los involucrados repuestos del percance, comenzó el acto de tan memorable día, desarrollándose con total normalidad hasta su culminación.
Mientras se arreglaba la situación y ponía todo en orden, el intendente increpó duramente al encargado de la amplificación diciendo que sería sancionado pues consideraba que lo ocurrido fue un acto de desidia criminal.
El miércoles 2 de abril, amaneció con sol amable y un cielo límpido. En la plaza central donde se estaba desarrolando el acto en conmemoración a los caídos en Mlavinas. el director de la banda del ejército con asiento en la ciudad, esperaba la orden de las autoridades presentes para comenzarcon las marchas pertinentes mientras, se paseaba frente a los músicos golpeando la batuta en la plama de la mano. El público conversaba animadamente y observaba las evoluciones de las escuadras de soldados y la artillería. Algunos chiquilines, correteaban por entre la gente cruzando la soga que marcaba el límite entre los presentes y el desfile.
Todo se desarrollaba con normalidad. La persona designada como conductor del acto, con aire solemne se acercó al micrófono y lo golpeó con un dedo para comprobar el sonido y eso fue un anuncio de que el mismo comenzaba. Se acallaron las voces y se escuchó el toque de atención de un clarín. Las miradas del público estaban dirigidas al palco central observando a la autoridades y al locutor que se acercó al micrófono para hablar, en ese momento ocurrió lo inesperado, cuando lo tomó para acomodarlo mejor comenzó a contorsionarse con movimientos apilépticos ante el asombro de todos y luego, se desplomó en el piso evidentemente shoqueado. El intendente que estaba detrás de él, corrió para levantarlo y cuando ya lo había hecho ayudado por otros, sin querer, también tocó el micrófono y fue despedido para caer encima de la señora presidenta de la Comisión de Honores rodando los dos sobre unas sillas hasta quedar patas arriba.
Se produjo un amontonamiento para rescatarlos, corridas debajo del palco y a los gritos de asombro de los presentes se sumaron algunas risas puesto que la escena, era propia de un sainete. En estas circunstancias, el director de la banda por propia iniciativa y creyendo distraer al público de tan lamentable hecho, arrancó con los compases de una marcha alegre pero ésto, no hizo más que darle el marco propio de un espectáculo circense difícil de olvidar. Luego de idas y venidas, cambiando el elemento electrificado y los involucrados repuestos del percance, comenzó el acto de tan memorable día, desarrollándose con total normalidad hasta su culminación.
Mientras se arreglaba la situación y ponía todo en orden, el intendente increpó duramente al encargado de la amplificación diciendo que sería sancionado pues consideraba que lo ocurrido fue un acto de desidia criminal.
SINTETICUENTO - Cuento breve
Meditación
Lo dejaron solo al anciano sobre una piedra para que meditara.
Comulgó con el Universo y vibró como una flor, un árbol, una piedra y el agua de la fuente.
Cuando regresaron a buscarlo, no lo encontraron porque no vieron la flor, el árbol, la piedra y el agua de la fuente.
Lo dejaron solo al anciano sobre una piedra para que meditara.
Comulgó con el Universo y vibró como una flor, un árbol, una piedra y el agua de la fuente.
Cuando regresaron a buscarlo, no lo encontraron porque no vieron la flor, el árbol, la piedra y el agua de la fuente.
sábado, 4 de octubre de 2008
viernes, 3 de octubre de 2008
Ansias
Dos inciensos
aroman la nostalgia
ordena poesías del libro
que escribieron.
Se melancoliza el día
menguan las defensas
un nombre ahoga todo.
Medita cabeza abajo
su debilidad de espliego
cuelga de la luna
un suspiro.
La columna en arco
carga vuelo de urgencias
hacia el beso de mar
hacia la herida.
Busca el suicidio
en ansias de aleteos.
aroman la nostalgia
ordena poesías del libro
que escribieron.
Se melancoliza el día
menguan las defensas
un nombre ahoga todo.
Medita cabeza abajo
su debilidad de espliego
cuelga de la luna
un suspiro.
La columna en arco
carga vuelo de urgencias
hacia el beso de mar
hacia la herida.
Busca el suicidio
en ansias de aleteos.
SINTETICUENTO - Cuento breve
El mensaje
Cierto día en el bar, a José le dieron la noticia que dos de sus amigos murieron en un accidente.
Todos se sorprendieron cuando éste salió a los saltos y gritando: "¡yo les dije que no fueran y no me creyeron, no me creyeron!
Se fue otra vez al río y allí, se quedó expectante en el hilo de pescar que se perdía en la profundidad esperando que a través del mismo, le llegara otro mensaje.
Cierto día en el bar, a José le dieron la noticia que dos de sus amigos murieron en un accidente.
Todos se sorprendieron cuando éste salió a los saltos y gritando: "¡yo les dije que no fueran y no me creyeron, no me creyeron!
Se fue otra vez al río y allí, se quedó expectante en el hilo de pescar que se perdía en la profundidad esperando que a través del mismo, le llegara otro mensaje.
La mensajera
Jorgelina era mensajera. Recorría las calles de un lado para el otro en su pequeña moto llevando paquetes y pagando servicios a los demás. Hacía su trabajo con responsabilidad y nunca flaqueaba a pesar de los días de lluvia o de frío. Para no mojarse, trabajó horas extras hasta que pudo comprarse un equipo impermeable y lo mismo hizo para el frío con la campera azul y roja.
Su juventud le daba el empuje necesario para progresar en lo que ambicionaba; esto era, comprar una moto nueva porque la suya se caía de a pedazos. Para ello, necesitaba más clientes aunque le quitara tiempo a los encuentros con Pocho, su novio algunos años mayor que ella.
De él, siempre recordaba que le decía: - sólo tu discreción y eficiencia te traerá más clientes - y lo cumplía. Nunca preguntaba que llevaba dentro de los paquetes y hacía la entrega inmediatamente.
Aquello que le dijo Pocho se cumplió, tuvo más clientes y muchos de ellos le dieron buenas propinas. Como la señora de un quiosco, que todas las semanas le daba un paquetito para que lo llevara hasta un barrio de la periferia y se lo entregara a unos adolescentes.
Así un día, le dio otro que era el doble de tamaño que el acostumbrado y por supuesto, la propina fue mayor que de costumbre.
Por esas sinrazones que asaltan cuando uno menos lo espera, en mitad del trayecto se detuvo y observando el paquete comenzó a sacar conclusiones.
Sospechando del contenido y del porqué se lo había entregado a media cuadra del quiosco, lo desenvolvió un poco haciendo caso omiso a las recomendaciones de Pocho y comprobó lo que imaginaba, era droga.
Se asustó. Pensó en el riesgo de cárcel que corría si la encontraban con esa mercadería, también sacó cuentas del dinero que podía obtenerse con su venta, que cómo era posible que ella hacía un gran sacrificio trabajando para poder cambiar su motito y estos delincuentes vendiendo veneno tenían una mejor. Ella se arriesgaba a lo peor y era justo que obtuviera una recompensa.
En consecuencia y sublevada por estos cuestionamientos, urdió un plan con el que obtendría una buena ganancia.
A una cuadra del encuentro para la entrega, en un hueco del paredón de los fondos de la capilla del barrio, escondió el paquete. Luego, le dijo a los malvivientes que se lo daría si hacían un buen trato.
Jorgelina no entendió que con ellos no existen esa clase de tratos. Le exigieron la entrega al principio con palabras y luego, a fuerza de golpes pero ella no cedió. Los muchachos se descontrolaron y la atacaron con furia hasta que un golpe en la nuca la desplomó.
Cuando reaccionó, quiso erguirse pero fue inútil. Estaba atada sobre una mesa y un retumbar de tambores y cánticos que emitía un grupo de gente que danzaban a su alrededor la estremecieron.
Gritó, hizo contorciones para zafar de las ataduras pero nadie le prestó atención, todos estaban en éxtasis. Más de dos horas duró aquel infierno y quedó extenuada por el esfuerzo. De pronto, el ritmo y los cánticos cambiaron de tono y los presentes formaron un acordonamiento desde una puerta que daba al fondo del lugar.
Desde allí, surgió un personaje con túnica roja y una máscara diabólica al que le hacían reverencia. Se acercó hasta la aterrada mandadera, haciendo pases de baile al compás de los tambores que aumentaron el ritmo. Todos continuaron girando sobre sí mismos, siguiendo la ronda por el recinto, mientras el enmascarado se le acercó descubriendo su cara. La sorpresa fue muy grande cuando pudo verle el rostro, era Pocho.
Quedó paralizada de estupor al principio y luego, se aflojó con la esperanza de que aquello termine. La tomó de la nuca y se acercó para besarla; ella no hizo resistencia y ofreció sus labios. Fue un beso profundo, la inundó el calor de su boca sensual y a la vez sintió un frío de acero, en el corazón cuando le dió la certera puñalada.
Su juventud le daba el empuje necesario para progresar en lo que ambicionaba; esto era, comprar una moto nueva porque la suya se caía de a pedazos. Para ello, necesitaba más clientes aunque le quitara tiempo a los encuentros con Pocho, su novio algunos años mayor que ella.
De él, siempre recordaba que le decía: - sólo tu discreción y eficiencia te traerá más clientes - y lo cumplía. Nunca preguntaba que llevaba dentro de los paquetes y hacía la entrega inmediatamente.
Aquello que le dijo Pocho se cumplió, tuvo más clientes y muchos de ellos le dieron buenas propinas. Como la señora de un quiosco, que todas las semanas le daba un paquetito para que lo llevara hasta un barrio de la periferia y se lo entregara a unos adolescentes.
Así un día, le dio otro que era el doble de tamaño que el acostumbrado y por supuesto, la propina fue mayor que de costumbre.
Por esas sinrazones que asaltan cuando uno menos lo espera, en mitad del trayecto se detuvo y observando el paquete comenzó a sacar conclusiones.
Sospechando del contenido y del porqué se lo había entregado a media cuadra del quiosco, lo desenvolvió un poco haciendo caso omiso a las recomendaciones de Pocho y comprobó lo que imaginaba, era droga.
Se asustó. Pensó en el riesgo de cárcel que corría si la encontraban con esa mercadería, también sacó cuentas del dinero que podía obtenerse con su venta, que cómo era posible que ella hacía un gran sacrificio trabajando para poder cambiar su motito y estos delincuentes vendiendo veneno tenían una mejor. Ella se arriesgaba a lo peor y era justo que obtuviera una recompensa.
En consecuencia y sublevada por estos cuestionamientos, urdió un plan con el que obtendría una buena ganancia.
A una cuadra del encuentro para la entrega, en un hueco del paredón de los fondos de la capilla del barrio, escondió el paquete. Luego, le dijo a los malvivientes que se lo daría si hacían un buen trato.
Jorgelina no entendió que con ellos no existen esa clase de tratos. Le exigieron la entrega al principio con palabras y luego, a fuerza de golpes pero ella no cedió. Los muchachos se descontrolaron y la atacaron con furia hasta que un golpe en la nuca la desplomó.
Cuando reaccionó, quiso erguirse pero fue inútil. Estaba atada sobre una mesa y un retumbar de tambores y cánticos que emitía un grupo de gente que danzaban a su alrededor la estremecieron.
Gritó, hizo contorciones para zafar de las ataduras pero nadie le prestó atención, todos estaban en éxtasis. Más de dos horas duró aquel infierno y quedó extenuada por el esfuerzo. De pronto, el ritmo y los cánticos cambiaron de tono y los presentes formaron un acordonamiento desde una puerta que daba al fondo del lugar.
Desde allí, surgió un personaje con túnica roja y una máscara diabólica al que le hacían reverencia. Se acercó hasta la aterrada mandadera, haciendo pases de baile al compás de los tambores que aumentaron el ritmo. Todos continuaron girando sobre sí mismos, siguiendo la ronda por el recinto, mientras el enmascarado se le acercó descubriendo su cara. La sorpresa fue muy grande cuando pudo verle el rostro, era Pocho.
Quedó paralizada de estupor al principio y luego, se aflojó con la esperanza de que aquello termine. La tomó de la nuca y se acercó para besarla; ella no hizo resistencia y ofreció sus labios. Fue un beso profundo, la inundó el calor de su boca sensual y a la vez sintió un frío de acero, en el corazón cuando le dió la certera puñalada.
domingo, 14 de septiembre de 2008
domingo, 7 de septiembre de 2008
rejas desganadas
Dispararon sobre el arte
mataron al herrero
marchitaron los acantos
quedaron rígidas las volutas
sin gracia los portales.
Ese límite de amores
residencia de santa ritas
hoy rejas desganas
ausentes de afectos.
Murieron las fraguas
nadie escarba las entrañas
quedaron desoladas
bajo el rayo de Volta.
Paisaje colado
libertad en las nubes
tocan a réquiem
arpas de metales.
Afuera modernidad
prisión de lo mundano
adentro
libertad de los sueños.
mataron al herrero
marchitaron los acantos
quedaron rígidas las volutas
sin gracia los portales.
Ese límite de amores
residencia de santa ritas
hoy rejas desganas
ausentes de afectos.
Murieron las fraguas
nadie escarba las entrañas
quedaron desoladas
bajo el rayo de Volta.
Paisaje colado
libertad en las nubes
tocan a réquiem
arpas de metales.
Afuera modernidad
prisión de lo mundano
adentro
libertad de los sueños.
Rélax - Cuento breve
Dijo el gurú: - Rélax..., rélax...,rélax..., sientan esa liviandad, esa inexistencia del cuerpo..., dejen que se vaya...
Y por su poder fantástico, todo el grupo sintió que se había quedado sin él.
Cuando alguien reclamó que se lo devolviera, solo escuchó una carcajada.
Y por su poder fantástico, todo el grupo sintió que se había quedado sin él.
Cuando alguien reclamó que se lo devolviera, solo escuchó una carcajada.
viernes, 5 de septiembre de 2008
4 de junio
El inicio del otoño se presentó con preaviso de rigor. Caminaba por las calles del barrio antiguo a favor del viento que barría las hojas. El olor de las viejas cantinas me invitaba a entrar por un café. La mente se amodorraba bajo la tibieza de la boina y los ojos estaban abiertos solo para hacer de lazarillos.
El vigía de la casilla, de pronto hizo sonar el ding de la alarma y reaccioné como autómata frente a una vidriera. La de una librería. Porque para mí pasión de lector pararme a mirar una de ellas, es como la de un goloso frente a una bombonería. Recorrí los títulos y vi los nuevos que están en todas, colecciones encuadernadas y revistas; en el interior había lo que más me gusta: una mesa de usados. Me gustan estas mesas porque encuentro temas raros, impresiones antiguas y encuadernaciones dignas de ser rescatadas.
Sin pensarlo, busqué la puerta. Fue como entrar a otra dimensión, a un lugar que aísla del mundo. A pesar de que quise entrar con sigilo, el piso de madera gastada denunció cada uno de mis pasos; el silencio ignoraba el bullicio de la calle y una mezcla de olor a tinta, papel y encierro sahumaba todo.
Revolví de un lado y del otro pero no encontré nada que llamara mi atención. Cuando estaba por finalizar la búsqueda, de un libro asomó una hoja que a las claras no le pertenecía. La imaginación voló en conjeturas, y como de curiosear se trataba, miré con disimulo alrededor, me acomodé los anteojos con el dedo índice, lo tomé como al descuido, lo acerqué hasta media distancia y lo abrí donde estaba la hoja. Luego, tratando de ocultarla como si fuera parte del libro, la desplegué con los dedos de una mano y volví a mirar, a nadie le importaba lo que hacía. Las pocas personas que había estaban en lo suyo, una adolescente elegía tarjetas, un señor mayor leía los lomos de la sección policiales y la cajera masticaba chiclet con la boca abierta mientras se arreglaba las uñas con una lima.
Me di cuenta de un vistazo que había pertenecido a un diario íntimo. La encabezaba una fecha, 4 de junio. La letra era prolija y redonda, de maestra de grado como luego comprobé.
La misma decía: “Estoy melancólica. Estar sola, sin compañía, sin soñar con alguien, especialmente hoy me ha puesto mal. Fernandino me contó en un recreo que soñaba casarse con una chica que conoció en las vacaciones. Había quedado deslumbrado por sus contorsiones cuando la vio en la pista del circo. El tiene su sueño ¿dónde está el mío?”
Algo se me estrujó por allá adentro. Cerré despacio el libro y dejé el papel en su lugar. Ya no le encontré sentido al seguir buscando y me dirigí a la caja para pagarlo; recién ahí, me di cuenta de que no sabía qué libro era. Eso no tenía importancia, la simple hoja manuscrita era suficiente historia que merecía todo un libro.
Mientras caminaba esquivando baldosas sueltas, sentí curiosidad y observé la tapa, me dio risa; el título decía: “Lactancia Materno-infantil”, era un texto de puericultura.
Lo guardé en un bolsillo, suspiré hondo y se me ocurrió pensar qué diría el negro Pablito, el filósofo de la esquina, acerca de la relación que había entre el contenido de la hoja y el del libro; seguro que diría: - ¡La vida tiene ubre generosa para alimentar los sueños!
El vigía de la casilla, de pronto hizo sonar el ding de la alarma y reaccioné como autómata frente a una vidriera. La de una librería. Porque para mí pasión de lector pararme a mirar una de ellas, es como la de un goloso frente a una bombonería. Recorrí los títulos y vi los nuevos que están en todas, colecciones encuadernadas y revistas; en el interior había lo que más me gusta: una mesa de usados. Me gustan estas mesas porque encuentro temas raros, impresiones antiguas y encuadernaciones dignas de ser rescatadas.
Sin pensarlo, busqué la puerta. Fue como entrar a otra dimensión, a un lugar que aísla del mundo. A pesar de que quise entrar con sigilo, el piso de madera gastada denunció cada uno de mis pasos; el silencio ignoraba el bullicio de la calle y una mezcla de olor a tinta, papel y encierro sahumaba todo.
Revolví de un lado y del otro pero no encontré nada que llamara mi atención. Cuando estaba por finalizar la búsqueda, de un libro asomó una hoja que a las claras no le pertenecía. La imaginación voló en conjeturas, y como de curiosear se trataba, miré con disimulo alrededor, me acomodé los anteojos con el dedo índice, lo tomé como al descuido, lo acerqué hasta media distancia y lo abrí donde estaba la hoja. Luego, tratando de ocultarla como si fuera parte del libro, la desplegué con los dedos de una mano y volví a mirar, a nadie le importaba lo que hacía. Las pocas personas que había estaban en lo suyo, una adolescente elegía tarjetas, un señor mayor leía los lomos de la sección policiales y la cajera masticaba chiclet con la boca abierta mientras se arreglaba las uñas con una lima.
Me di cuenta de un vistazo que había pertenecido a un diario íntimo. La encabezaba una fecha, 4 de junio. La letra era prolija y redonda, de maestra de grado como luego comprobé.
La misma decía: “Estoy melancólica. Estar sola, sin compañía, sin soñar con alguien, especialmente hoy me ha puesto mal. Fernandino me contó en un recreo que soñaba casarse con una chica que conoció en las vacaciones. Había quedado deslumbrado por sus contorsiones cuando la vio en la pista del circo. El tiene su sueño ¿dónde está el mío?”
Algo se me estrujó por allá adentro. Cerré despacio el libro y dejé el papel en su lugar. Ya no le encontré sentido al seguir buscando y me dirigí a la caja para pagarlo; recién ahí, me di cuenta de que no sabía qué libro era. Eso no tenía importancia, la simple hoja manuscrita era suficiente historia que merecía todo un libro.
Mientras caminaba esquivando baldosas sueltas, sentí curiosidad y observé la tapa, me dio risa; el título decía: “Lactancia Materno-infantil”, era un texto de puericultura.
Lo guardé en un bolsillo, suspiré hondo y se me ocurrió pensar qué diría el negro Pablito, el filósofo de la esquina, acerca de la relación que había entre el contenido de la hoja y el del libro; seguro que diría: - ¡La vida tiene ubre generosa para alimentar los sueños!
sábado, 2 de agosto de 2008
Cosquillas
Si cosquillas en el cuerpo
producen los cabellos
y suspiros de Venus,
cuando toques,
hazlo con pluma, piedra y garra,
que la luna se enrojezca
y los grillos desgasten sus cuerdas.
Será estallido
de azucenas y tornasoles,
canción bajo la lluvia en enero,
entresueño sibarita
desparramado en las sedas.
producen los cabellos
y suspiros de Venus,
cuando toques,
hazlo con pluma, piedra y garra,
que la luna se enrojezca
y los grillos desgasten sus cuerdas.
Será estallido
de azucenas y tornasoles,
canción bajo la lluvia en enero,
entresueño sibarita
desparramado en las sedas.
Su gato - Cuento breve
Tengo un amigo que es baterista y que amaba a su gato.
Cuando practicaba siempre estaba junto a él ; comía y hasta dormía con él, pero un día se le murió de viejo.
Desde entonces, mi amigo tiene un tambor más en la batería. Pero nunca suena, solo acaricia el parche con la mano entre tema y tema.
Cuando practicaba siempre estaba junto a él ; comía y hasta dormía con él, pero un día se le murió de viejo.
Desde entonces, mi amigo tiene un tambor más en la batería. Pero nunca suena, solo acaricia el parche con la mano entre tema y tema.
Papel al viento
Pájaros morados y sábanas
que esperan abrirse
a una lluvia de simiente.
Locomotoras en racimos.
Esqueletos vivos a la espera
del abrigo en septiembre.
Crujen las pisadas y cáscara
tiene el estanque.
Voy por el invierno
como papel al viento.
que esperan abrirse
a una lluvia de simiente.
Locomotoras en racimos.
Esqueletos vivos a la espera
del abrigo en septiembre.
Crujen las pisadas y cáscara
tiene el estanque.
Voy por el invierno
como papel al viento.
AMBIENTE OPTIMO
La tarde era un bloque fundido por el sol. Cientos de chicharras producían un sonido penetrante, presagiando ese estallido en cualquier momento. De vez en cuando, alguna lagartija se atrevía a correr por la tierra calcinada persiguiendo insecto.
Era un clima propicio para aquella nube de moscas y mosquitos que se insertaban en todos los rincones del pequeño pueblo, humedecido por el río que manso serpenteaba por la exuberante vegetación.
Pedro Gómez, soportaba aquellos insectos con bastante malhumor mientras pensaba en como deshacerse de ellos; ya había agotado todos los recursos que tenía a su alcance.
Una de esas tardes fue a comprar los consabidos espirales (que inútilmente esgrimía contra el implacable enemigo nocturno), cuando el dependiente del gran almacén de ramos generales, le ofreció una nueva y más eficaz alternativa de defensa: un revolucionario invento que acababa con cuanto bicho se ponía a su alcance. Quedó impactado ante la vista de aquel extraño cilindro de lata con vivos colores. Con sólo apretar una de sus puntas, los insectos alcanzados por el chorro de líquido que salía del envase como una mortal llovizna, caían fulminados ante sus ojos.
Anita, su joven mujer, escuchaba complacida y sonriente las explicaciones que a borbotones Pedro le daba sobre su uso y eficacia. No más moscas, no más mosquitos, no más cucarachas y la casa se inundó de aquí en adelante del perfume que a ella tanto le gustaba.
¡Qué diferente era la vida ahora en la casa, con qué satisfacción procuraba mantener ese clima libre de los infectos enemigos para la llegada de ese niño que por primera vez esperaban!.
Lata tras lata, envueltos en ese perfume, pasaron las nueve lunas.
El niño llegó y como lo había dicho Anita, Telmo creció sin las odiosas picaduras de los mosquitos, sin el infecto contacto de las moscas y sin la repugnante presencia de las cucarachas, ya que el mágico remedio cuidaba su cuna.
Cuando llegó el tiempo de las urgencias amorosas, logró tener una cita con Rosa, la hija del panadero, que le venía regalando sonrisas desde hacía unos meses.
Un atardecer él la esperó en la orilla del río mientras arreglaba el bote de su padre.
Ella apareció entre los sauces y recostada a uno de ellos lo miró largamente. La descubrió de reojo y en largas zancadas estuvo a su lado, la tomó de la mano y la besó con ternura. Se fundieron en un abrazo y lentamente cayeron sobre la hierba fresca y mullida. El malón de sus corazones, arremetía con furia como queriendo escapar por las sienes; la mano fuerte pero trémula, recorrió con torpeza el cuerpo de aquella mujer de ébano, que se le brindaba con sinceridad y placer. Siguieron en este juego hasta que sus cuerpos, resbalosos de sudor se estremecieron. La lengua hurgaba inquieta dentro de la boca de ella como contando sus dientes. De pronto, ella abrió los ojos muy grandes, sintió que se ahogaba, que algo le quemaba el cuerpo por dentro y por fuera; lo apartó de un violento empujón y salió corriendo con la ropa en la mano.
Telmo la vio alejarse mientras ensayaba una sonrisa sobradora y se fue saltando con alegría por los accidentes de la costa.
Era un clima propicio para aquella nube de moscas y mosquitos que se insertaban en todos los rincones del pequeño pueblo, humedecido por el río que manso serpenteaba por la exuberante vegetación.
Pedro Gómez, soportaba aquellos insectos con bastante malhumor mientras pensaba en como deshacerse de ellos; ya había agotado todos los recursos que tenía a su alcance.
Una de esas tardes fue a comprar los consabidos espirales (que inútilmente esgrimía contra el implacable enemigo nocturno), cuando el dependiente del gran almacén de ramos generales, le ofreció una nueva y más eficaz alternativa de defensa: un revolucionario invento que acababa con cuanto bicho se ponía a su alcance. Quedó impactado ante la vista de aquel extraño cilindro de lata con vivos colores. Con sólo apretar una de sus puntas, los insectos alcanzados por el chorro de líquido que salía del envase como una mortal llovizna, caían fulminados ante sus ojos.
Anita, su joven mujer, escuchaba complacida y sonriente las explicaciones que a borbotones Pedro le daba sobre su uso y eficacia. No más moscas, no más mosquitos, no más cucarachas y la casa se inundó de aquí en adelante del perfume que a ella tanto le gustaba.
¡Qué diferente era la vida ahora en la casa, con qué satisfacción procuraba mantener ese clima libre de los infectos enemigos para la llegada de ese niño que por primera vez esperaban!.
Lata tras lata, envueltos en ese perfume, pasaron las nueve lunas.
El niño llegó y como lo había dicho Anita, Telmo creció sin las odiosas picaduras de los mosquitos, sin el infecto contacto de las moscas y sin la repugnante presencia de las cucarachas, ya que el mágico remedio cuidaba su cuna.
Cuando llegó el tiempo de las urgencias amorosas, logró tener una cita con Rosa, la hija del panadero, que le venía regalando sonrisas desde hacía unos meses.
Un atardecer él la esperó en la orilla del río mientras arreglaba el bote de su padre.
Ella apareció entre los sauces y recostada a uno de ellos lo miró largamente. La descubrió de reojo y en largas zancadas estuvo a su lado, la tomó de la mano y la besó con ternura. Se fundieron en un abrazo y lentamente cayeron sobre la hierba fresca y mullida. El malón de sus corazones, arremetía con furia como queriendo escapar por las sienes; la mano fuerte pero trémula, recorrió con torpeza el cuerpo de aquella mujer de ébano, que se le brindaba con sinceridad y placer. Siguieron en este juego hasta que sus cuerpos, resbalosos de sudor se estremecieron. La lengua hurgaba inquieta dentro de la boca de ella como contando sus dientes. De pronto, ella abrió los ojos muy grandes, sintió que se ahogaba, que algo le quemaba el cuerpo por dentro y por fuera; lo apartó de un violento empujón y salió corriendo con la ropa en la mano.
Telmo la vio alejarse mientras ensayaba una sonrisa sobradora y se fue saltando con alegría por los accidentes de la costa.
sábado, 5 de julio de 2008
Me gustaría ser
Me gustaría ser… una cartera de mujer
Me gustaría ser una cartera de mujer.
Porque guarda los secretos y misterios de su dueña en cada objeto.
Para saber detrás del rimel que hay en sus ojos cuando brillan ante quien la deslumbra, cuando se enternece con sus hijos o cuando los moja en soledad.
Para saber que colores darán sus besos cuando sale dispuesta a los encuentros.
Para saber cuando oculta su mirada para espiar de reojo a quien le interesa.
Para saber a que huele cuando va a la conquista o simplemente a lo cotidiano.
Para saber si el valor de sus adornos dicen de su humildad o arrogancia; y porque no, cuando llega el momento en que se los quita.
Para saber cuando el amor es fecundo y la ilusiones se hacen música en la creación de la sangre de nuestra sangre.
Para saber tantas cosas que los hombres no sabemos pero, recapacito y aunque me gustaría ser una de esas carteras, dejaría de lado la oportunidad de serlo tan solo para conservar el misterio que cada mujer encierra en su insondable cartera.
Me gustaría ser una cartera de mujer.
Porque guarda los secretos y misterios de su dueña en cada objeto.
Para saber detrás del rimel que hay en sus ojos cuando brillan ante quien la deslumbra, cuando se enternece con sus hijos o cuando los moja en soledad.
Para saber que colores darán sus besos cuando sale dispuesta a los encuentros.
Para saber cuando oculta su mirada para espiar de reojo a quien le interesa.
Para saber a que huele cuando va a la conquista o simplemente a lo cotidiano.
Para saber si el valor de sus adornos dicen de su humildad o arrogancia; y porque no, cuando llega el momento en que se los quita.
Para saber cuando el amor es fecundo y la ilusiones se hacen música en la creación de la sangre de nuestra sangre.
Para saber tantas cosas que los hombres no sabemos pero, recapacito y aunque me gustaría ser una de esas carteras, dejaría de lado la oportunidad de serlo tan solo para conservar el misterio que cada mujer encierra en su insondable cartera.
El billete - Cuento breve
Camino distraído por la calle mirando al piso sin ver nada.
Encuentro un billete de 10 pesos, lo levanto y veo que tiene atado un piolín que baja hacia un costado.
Miro hacia donde va éste y veo que llega jasta la mano de un niño que en el humbral, se quedó dormido.
Encuentro un billete de 10 pesos, lo levanto y veo que tiene atado un piolín que baja hacia un costado.
Miro hacia donde va éste y veo que llega jasta la mano de un niño que en el humbral, se quedó dormido.
4 de junio
El inicio del otoño se presentó con preaviso de rigor. Caminaba por las calles del barrio antiguo a favor del viento que barría las hojas. El olor de las viejas cantinas me invitaba a entrar por un café. La mente se amodorraba bajo la tibieza de la boina y los ojos estaban abiertos solo para hacer de lazarillos.
El vigía de la casilla, de pronto hizo sonar el ding de la alarma y reaccioné como autómata frente a una vidriera. La de una librería. Porque para mí pasión de lector pararme a mirar una de ellas, es como la de un goloso frente a una bombonería. Recorrí los títulos y vi los nuevos que están en todas, colecciones encuadernadas y revistas; en el interior había lo que más me gusta: una mesa de usados. Me gustan estas mesas porque encuentro temas raros, impresiones antiguas y encuadernaciones dignas de ser rescatadas.
Sin pensarlo, busqué la puerta. Fue como entrar a otra dimensión, a un lugar que aísla del mundo. A pesar de que quise entrar con sigilo, el piso de madera gastada denunció cada uno de mis pasos; el silencio ignoraba el bullicio de la calle y una mezcla de olor a tinta, papel y encierro sahumaba todo.
Revolví de un lado y del otro pero no encontré nada que llamara mi atención. Cuando estaba por finalizar la búsqueda, de un libro asomó una hoja que a las claras no le pertenecía. La imaginación voló en conjeturas, y como de curiosear se trataba, miré con disimulo alrededor, me acomodé los anteojos con el dedo índice, lo tomé como al descuido, lo acerqué hasta media distancia y lo abrí donde estaba la hoja. Luego, tratando de ocultarla como si fuera parte del libro, la desplegué con los dedos de una mano y volví a mirar, a nadie le importaba lo que hacía. Las pocas personas que había estaban en lo suyo, una adolescente elegía tarjetas, un señor mayor leía los lomos de la sección policiales y la cajera masticaba chiclet con la boca abierta mientras se arreglaba las uñas con una lima.
Me di cuenta de un vistazo que había pertenecido a un diario íntimo. La encabezaba una fecha, 4 de junio. La letra era prolija y redonda, de maestra de grado como luego comprobé.
La misma decía: “Estoy melancólica. Estar sola, sin compañía, sin soñar con alguien, especialmente hoy me ha puesto mal. Fernandino me contó en un recreo que soñaba casarse con una chica que conoció en las vacaciones. Había quedado deslumbrado por sus contorsiones cuando la vio en la pista del circo. El tiene su sueño ¿dónde está el mío?”
Algo se me estrujó por allá adentro. Cerré despacio el libro y dejé el papel en su lugar. Ya no le encontré sentido al seguir buscando y me dirigí a la caja para pagarlo; recién ahí, me di cuenta de que no sabía qué libro era. Eso no tenía importancia, la simple hoja manuscrita era suficiente historia que merecía todo un libro.
Mientras caminaba esquivando baldosas sueltas, sentí curiosidad y observé la tapa, me dio risa; el título decía: “Lactancia Materno-infantil”, era un texto de puericultura.
Lo guardé en un bolsillo, suspiré hondo y se me ocurrió pensar qué diría el negro Pablito, el filósofo de la esquina, acerca de la relación que había entre el contenido de la hoja y el del libro; seguro que diría: - ¡La vida tiene ubre generosa para alimentar los sueños!
El vigía de la casilla, de pronto hizo sonar el ding de la alarma y reaccioné como autómata frente a una vidriera. La de una librería. Porque para mí pasión de lector pararme a mirar una de ellas, es como la de un goloso frente a una bombonería. Recorrí los títulos y vi los nuevos que están en todas, colecciones encuadernadas y revistas; en el interior había lo que más me gusta: una mesa de usados. Me gustan estas mesas porque encuentro temas raros, impresiones antiguas y encuadernaciones dignas de ser rescatadas.
Sin pensarlo, busqué la puerta. Fue como entrar a otra dimensión, a un lugar que aísla del mundo. A pesar de que quise entrar con sigilo, el piso de madera gastada denunció cada uno de mis pasos; el silencio ignoraba el bullicio de la calle y una mezcla de olor a tinta, papel y encierro sahumaba todo.
Revolví de un lado y del otro pero no encontré nada que llamara mi atención. Cuando estaba por finalizar la búsqueda, de un libro asomó una hoja que a las claras no le pertenecía. La imaginación voló en conjeturas, y como de curiosear se trataba, miré con disimulo alrededor, me acomodé los anteojos con el dedo índice, lo tomé como al descuido, lo acerqué hasta media distancia y lo abrí donde estaba la hoja. Luego, tratando de ocultarla como si fuera parte del libro, la desplegué con los dedos de una mano y volví a mirar, a nadie le importaba lo que hacía. Las pocas personas que había estaban en lo suyo, una adolescente elegía tarjetas, un señor mayor leía los lomos de la sección policiales y la cajera masticaba chiclet con la boca abierta mientras se arreglaba las uñas con una lima.
Me di cuenta de un vistazo que había pertenecido a un diario íntimo. La encabezaba una fecha, 4 de junio. La letra era prolija y redonda, de maestra de grado como luego comprobé.
La misma decía: “Estoy melancólica. Estar sola, sin compañía, sin soñar con alguien, especialmente hoy me ha puesto mal. Fernandino me contó en un recreo que soñaba casarse con una chica que conoció en las vacaciones. Había quedado deslumbrado por sus contorsiones cuando la vio en la pista del circo. El tiene su sueño ¿dónde está el mío?”
Algo se me estrujó por allá adentro. Cerré despacio el libro y dejé el papel en su lugar. Ya no le encontré sentido al seguir buscando y me dirigí a la caja para pagarlo; recién ahí, me di cuenta de que no sabía qué libro era. Eso no tenía importancia, la simple hoja manuscrita era suficiente historia que merecía todo un libro.
Mientras caminaba esquivando baldosas sueltas, sentí curiosidad y observé la tapa, me dio risa; el título decía: “Lactancia Materno-infantil”, era un texto de puericultura.
Lo guardé en un bolsillo, suspiré hondo y se me ocurrió pensar qué diría el negro Pablito, el filósofo de la esquina, acerca de la relación que había entre el contenido de la hoja y el del libro; seguro que diría: - ¡La vida tiene ubre generosa para alimentar los sueños!
domingo, 1 de junio de 2008
La flor de cada día
María José atendía un puesto de flores en la peatonal. En el había una gran variedad, siempre frescas y en un orden impecable, le decían algunos clientes; otros de ella, una flor entre las flores.
Especialmente uno que dos veces a la semana por la tarde le compraba las mismas flores y la misma cantidad. Los martes, tres y los viernes cuatro. Una por cada día de la semana para recordarla, le decía, a lo que le devolvía la galantería del viejo cliente con una sonrisa.
No eran flores de gran belleza o perfume sino, simples, que en el centro tenían una especie de esponjita redonda.
Los halagos y comentarios fueron haciéndose más largos con el correr de las semanas. A ella no le extrañaba que aquel señor de apariencia seria y respetuosa tuviera esa actitud, se sentía bien y así amenizaba la rutina que deseaba que terminara pronto. Sus padres y su hija la esperaban con ansias allá en el barrio sur.
Un día se le despertó el interés de saber el porqué de ese capricho de llevar siempre las mismas flores, la misma cantidad y los mismos días. Cuando llegó a buscarlas, le preguntó el porqué de todo ello, cuál era la razón, a lo que le respondió sonriendo: - porque en ellas estás vos cada día de la semana.
Una tarde mientras arreglaba unos ramos, aquella respuesta no se alejaba de su mente pues que había vislumbrado algo más que el piropo.
Todo siguió como de costumbre y no se animó a indagar más sobre el asunto hasta que él, no apareció a comprar sus flores. Imaginó que estaría de viaje o quizás enfermo; pero llegó un mensajero con una nota del cliente. La misma tenía una dirección y el pedido acostumbrado.
Pudo enviárselas pero como quedaba cerca, decidió llevarlas personalmente para conocer algo más de ese misterioso comprador.
Vivía en un edificio de departamentos vetustos, el suyo estaba en el tercer piso y daba hacia la calle. Se paró frente a la puerta y tímidamente, indecisa golpeó. Reconoció la voz que le indicaba que entrara pues la puerta estaba sin llave. En la única habitación, encontró al hombre en la cama. La recibió con alegría haciendo un gran esfuerzo por incorporarse mientras tosía.
La florista comprendió entonces, a ese pobre hombre con su soledad a cuestas demandando un poco de afecto y compañía.
Recorrió con su vista disimuladamente el lugar y vio que todo estaba ordenado y pulcro. Pero al mirar hacia la ventana que daba a la calle, su corazón dio un brinco. Allí en el vano de la misma, había siete floreros con los nombres de los días de la semana y en cada uno de ellos una flor, solo faltaban las tres que tenía en la mano. Lo extraño, lo que la dejó sin aire fue ver que en el centro de la última flor, en la que correspondía a ese día, había una foto de su rostro.
Especialmente uno que dos veces a la semana por la tarde le compraba las mismas flores y la misma cantidad. Los martes, tres y los viernes cuatro. Una por cada día de la semana para recordarla, le decía, a lo que le devolvía la galantería del viejo cliente con una sonrisa.
No eran flores de gran belleza o perfume sino, simples, que en el centro tenían una especie de esponjita redonda.
Los halagos y comentarios fueron haciéndose más largos con el correr de las semanas. A ella no le extrañaba que aquel señor de apariencia seria y respetuosa tuviera esa actitud, se sentía bien y así amenizaba la rutina que deseaba que terminara pronto. Sus padres y su hija la esperaban con ansias allá en el barrio sur.
Un día se le despertó el interés de saber el porqué de ese capricho de llevar siempre las mismas flores, la misma cantidad y los mismos días. Cuando llegó a buscarlas, le preguntó el porqué de todo ello, cuál era la razón, a lo que le respondió sonriendo: - porque en ellas estás vos cada día de la semana.
Una tarde mientras arreglaba unos ramos, aquella respuesta no se alejaba de su mente pues que había vislumbrado algo más que el piropo.
Todo siguió como de costumbre y no se animó a indagar más sobre el asunto hasta que él, no apareció a comprar sus flores. Imaginó que estaría de viaje o quizás enfermo; pero llegó un mensajero con una nota del cliente. La misma tenía una dirección y el pedido acostumbrado.
Pudo enviárselas pero como quedaba cerca, decidió llevarlas personalmente para conocer algo más de ese misterioso comprador.
Vivía en un edificio de departamentos vetustos, el suyo estaba en el tercer piso y daba hacia la calle. Se paró frente a la puerta y tímidamente, indecisa golpeó. Reconoció la voz que le indicaba que entrara pues la puerta estaba sin llave. En la única habitación, encontró al hombre en la cama. La recibió con alegría haciendo un gran esfuerzo por incorporarse mientras tosía.
La florista comprendió entonces, a ese pobre hombre con su soledad a cuestas demandando un poco de afecto y compañía.
Recorrió con su vista disimuladamente el lugar y vio que todo estaba ordenado y pulcro. Pero al mirar hacia la ventana que daba a la calle, su corazón dio un brinco. Allí en el vano de la misma, había siete floreros con los nombres de los días de la semana y en cada uno de ellos una flor, solo faltaban las tres que tenía en la mano. Lo extraño, lo que la dejó sin aire fue ver que en el centro de la última flor, en la que correspondía a ese día, había una foto de su rostro.
Encuentro - Cuento breve
Javier entró al boliche a donde solía ir su padre porque quería disculparse conél de sus errores.
Le contó de sus miserias y le pidió perdón mientras compartían un vino tinto como la sangre que los unía.
Luego se fue aliviado a su casa satisfecho de haber cumplido con aquel vino prometido en el aniversario de su muerte.
Le contó de sus miserias y le pidió perdón mientras compartían un vino tinto como la sangre que los unía.
Luego se fue aliviado a su casa satisfecho de haber cumplido con aquel vino prometido en el aniversario de su muerte.
viernes, 2 de mayo de 2008
SINTETICUENTO - Cuento breve
El lunar
Desde que era niño siempre le llamó la atención ese lunar que tenía en la frente.
Un día dijo: "-Yo no soy indú y esto llama mucho la atención -", y se lo sacó.
Es una lástima, sin ese "chip" ya no pudo funcionar más.
Desde que era niño siempre le llamó la atención ese lunar que tenía en la frente.
Un día dijo: "-Yo no soy indú y esto llama mucho la atención -", y se lo sacó.
Es una lástima, sin ese "chip" ya no pudo funcionar más.
NARRATIVA
Noche de garúa
Cae la noche que es fría y, la niebla se mueve como un fantasma en la brisa, bajo el foco de la esquina.
Gustavo Hernández, un muchacho alto, de espalda ancha y brazos gruesos, se arrebuja en su abrigo detrás de una saliente de la pared de la fábrica, está haciendo guardia en su trabajo como agente de seguridad desde hace tan solo una semana. Es la primera vez que hace esto, aunque no es lo que sabe hacer.
Estudió para Técnico Mecánico y nunca usó un arma, pero tiene que trabajar y lo necesita.
Gustavo Hernández comprende que sus padres no pueden mantenerlo. Además, tiene hermanos menores y para peor, su novia está embarazada.
Siente frío en su interior, no es el de la noche, es la incertidumbre de su proyección en la vida, de no encajar en lo que le corresponde a su estudio y que le gusta.
Recorre mentalmente una y otra vez los lugares en los que dejó su currículum, las entrevistas, las promesas y como autómata, registra su celular en busca de un mensaje alentador.
Todo era oscuro en su futuro, como esa noche, como sus ganas de ceder a la tentación de tener plata fácil. Tan oscuro como ese personaje que le prometió parte del botín, si una noche como ésta, accedía a un plan para desvalijar el lugar.
Pensaba en eso y no supo si era el frío que ahora traía la garúa pero su cuerpo se estremeció, cerró más el cuello de su abrigo y se secó las mejillas que no distinguió si las mojó la llovizna..
Cae la noche que es fría y, la niebla se mueve como un fantasma en la brisa, bajo el foco de la esquina.
Gustavo Hernández, un muchacho alto, de espalda ancha y brazos gruesos, se arrebuja en su abrigo detrás de una saliente de la pared de la fábrica, está haciendo guardia en su trabajo como agente de seguridad desde hace tan solo una semana. Es la primera vez que hace esto, aunque no es lo que sabe hacer.
Estudió para Técnico Mecánico y nunca usó un arma, pero tiene que trabajar y lo necesita.
Gustavo Hernández comprende que sus padres no pueden mantenerlo. Además, tiene hermanos menores y para peor, su novia está embarazada.
Siente frío en su interior, no es el de la noche, es la incertidumbre de su proyección en la vida, de no encajar en lo que le corresponde a su estudio y que le gusta.
Recorre mentalmente una y otra vez los lugares en los que dejó su currículum, las entrevistas, las promesas y como autómata, registra su celular en busca de un mensaje alentador.
Todo era oscuro en su futuro, como esa noche, como sus ganas de ceder a la tentación de tener plata fácil. Tan oscuro como ese personaje que le prometió parte del botín, si una noche como ésta, accedía a un plan para desvalijar el lugar.
Pensaba en eso y no supo si era el frío que ahora traía la garúa pero su cuerpo se estremeció, cerró más el cuello de su abrigo y se secó las mejillas que no distinguió si las mojó la llovizna..
miércoles, 2 de abril de 2008
POESIA
Juramentos de arena
“…cuando me hablan de ti, es como si me perfumaran la cara con hojas de mirto…”
Alfredo Veiravé
La brisa trae un tiempo de flores
almanaque de surcos con soles y heladas
un destiempo que marca su camino.
Por la borda de su cuna marina
cada lance es un rezo
la telaraña procura anhelos
ariscos temblores de escamas.
Cuando el agua
es quieta como aceite
y las voces no tienen distancias
recoge de los camalotes
aquella pasionaria en el pelo
besos y un revuelo de soledades
contra un sauce caído.
Juramentos en la arena.
Instantes escritos con trazos de eternidad
en el púrpura y oro del atardecer.
“…cuando me hablan de ti, es como si me perfumaran la cara con hojas de mirto…”
Alfredo Veiravé
La brisa trae un tiempo de flores
almanaque de surcos con soles y heladas
un destiempo que marca su camino.
Por la borda de su cuna marina
cada lance es un rezo
la telaraña procura anhelos
ariscos temblores de escamas.
Cuando el agua
es quieta como aceite
y las voces no tienen distancias
recoge de los camalotes
aquella pasionaria en el pelo
besos y un revuelo de soledades
contra un sauce caído.
Juramentos en la arena.
Instantes escritos con trazos de eternidad
en el púrpura y oro del atardecer.
SINTETICUENTO - Cuento breve
EL BUMERANG
Ernesto todos los días tiraba el bumerang, lo esperaba en el mismo sitio y lo arrojaba de nuevo, una vez, dos, tres, cinco, siete, varias veces.
Un día de ésos, el bumerang no volvió y Ernesto salió tras él en su búsqueda. fue la última vez que lo vieron.
Ayer el bumerang volvió y le pegó al perro de una vecina.
Ahora todos tienen la esperanza de que Ernesto también vuelva.
Ernesto todos los días tiraba el bumerang, lo esperaba en el mismo sitio y lo arrojaba de nuevo, una vez, dos, tres, cinco, siete, varias veces.
Un día de ésos, el bumerang no volvió y Ernesto salió tras él en su búsqueda. fue la última vez que lo vieron.
Ayer el bumerang volvió y le pegó al perro de una vecina.
Ahora todos tienen la esperanza de que Ernesto también vuelva.
NARRATIVA
¿Dónde guardo mis recuerdos?
Yo guardo mis recuerdos en la ramazón de los árboles.
No es un lugar común pero creo que es el más apropiado porque tienen algo de maternal, los acunan como lo hacían conmigo sentado en sus ramas, sostuvieron los nidos donde empollaron ilusiones y sacudieron veleidades a ramalazos en días tormentosos.
Tienen eso de relicario en maderas, sabias y trinos.
¿Qué otro lugar mejor puede ponerle música, darle la dulzura de frutas maduras, vestirlos de colores con suavidad de plumas?
¿Quién mejor demuestra con la mudanza de otoño que no debo permanecer aferrado a lo viejo y con la primavera florecer lo nuevo?
Solo que a veces, cuando llueve, cada hoja gotea algunos de ellos.
Yo guardo mis recuerdos en la ramazón de los árboles.
No es un lugar común pero creo que es el más apropiado porque tienen algo de maternal, los acunan como lo hacían conmigo sentado en sus ramas, sostuvieron los nidos donde empollaron ilusiones y sacudieron veleidades a ramalazos en días tormentosos.
Tienen eso de relicario en maderas, sabias y trinos.
¿Qué otro lugar mejor puede ponerle música, darle la dulzura de frutas maduras, vestirlos de colores con suavidad de plumas?
¿Quién mejor demuestra con la mudanza de otoño que no debo permanecer aferrado a lo viejo y con la primavera florecer lo nuevo?
Solo que a veces, cuando llueve, cada hoja gotea algunos de ellos.
sábado, 1 de marzo de 2008
POESIA
“…el miedo, ha dado paso a la curiosidad”.
Palabras de la madre de China Zorrilla minutos antes.
Cementerio de Villa Elisa
Visité el lugar de mis padres,
en el piso de arriba
elevados los siento.
También están los parientes,
perfilados en estanterías.
Tienen fotos que perduran
un tiempo que ya no vuelve.
Hay una parte vieja,
corralitos de rejas herrumbradas
y cruces caídas.
Era el lugar de los angelitos.
Los ramos ya sin color,
señalan que se muere del todo
si florece el olvido.
Palabras de la madre de China Zorrilla minutos antes.
Cementerio de Villa Elisa
Visité el lugar de mis padres,
en el piso de arriba
elevados los siento.
También están los parientes,
perfilados en estanterías.
Tienen fotos que perduran
un tiempo que ya no vuelve.
Hay una parte vieja,
corralitos de rejas herrumbradas
y cruces caídas.
Era el lugar de los angelitos.
Los ramos ya sin color,
señalan que se muere del todo
si florece el olvido.
CUENTO
El monstruo de Juancho
- ¡Allí está el maldito! Ese monstruo no va a impedirme llegar hasta donde está esa hermosura. Quiero verla. Ver como mueve su cuerpo de gata, su cabello de trigo, sus ojos de almendra . Pero el desgraciado no se queda quieto, es muy grande y parece enojado porque encrespa el lomo. Trataré de acercarme sin que me vea. Si ella estuviera en el piso de abajo sería más fácil. Eso es, detrás de aquella planta que está cerca de él voy a esconderme. Pero si no se queda quieto ¿qué hago?. Tendré que darle con algo ¡aha!, con este hierro que tiene una especie de bocha en la punta le daré duro sobre el espinazo. Tengo que jugarme el todo por el todo. A como de lugar tengo que llegar hasta ella, es demasiado lo que siento y no aguanto más. Pero no importa, yo me juego, no podrá conmigo esta maldita bestia. ¡Ya le voy a enseñar quien es Juancho Luna. Para mí no hay lobizones que me acobarden por más que éste no sea mi barrio! Saltaré sobre su lomo y voy a apalearlo hasta que no se mueva más, eso es. ¡Ahora, tomá, tomá, quedate quieto desgraciado!
- ¡Eh, qué hace loco! ¡Seguridad, seguridad, ese tipo me robó un palo de golf y está rompiendo la escalera mecánica!
- ¡Allí está el maldito! Ese monstruo no va a impedirme llegar hasta donde está esa hermosura. Quiero verla. Ver como mueve su cuerpo de gata, su cabello de trigo, sus ojos de almendra . Pero el desgraciado no se queda quieto, es muy grande y parece enojado porque encrespa el lomo. Trataré de acercarme sin que me vea. Si ella estuviera en el piso de abajo sería más fácil. Eso es, detrás de aquella planta que está cerca de él voy a esconderme. Pero si no se queda quieto ¿qué hago?. Tendré que darle con algo ¡aha!, con este hierro que tiene una especie de bocha en la punta le daré duro sobre el espinazo. Tengo que jugarme el todo por el todo. A como de lugar tengo que llegar hasta ella, es demasiado lo que siento y no aguanto más. Pero no importa, yo me juego, no podrá conmigo esta maldita bestia. ¡Ya le voy a enseñar quien es Juancho Luna. Para mí no hay lobizones que me acobarden por más que éste no sea mi barrio! Saltaré sobre su lomo y voy a apalearlo hasta que no se mueva más, eso es. ¡Ahora, tomá, tomá, quedate quieto desgraciado!
- ¡Eh, qué hace loco! ¡Seguridad, seguridad, ese tipo me robó un palo de golf y está rompiendo la escalera mecánica!
SINTETICUENTO - Cuento breve
La escalera
La anciana subió la escalera y la llegar al final, se dio cuenta que lo hizo rápido como nunca y no estaba cansada.
Miró hacia atrás y sorprendida, vio que aún estaba allá abajo en el piso, muerta, como antes de subir la misma.
La anciana subió la escalera y la llegar al final, se dio cuenta que lo hizo rápido como nunca y no estaba cansada.
Miró hacia atrás y sorprendida, vio que aún estaba allá abajo en el piso, muerta, como antes de subir la misma.
POESIA
Cartonera de las sombras
“…se cree que el mundo termina en el radio de las luces
y de las palabras seguras…”
Juan L. Ortiz
Rosalba pasea en carroza
heroína de los cestos de la calle
cenicienta de nuestras cenizas
cartonera en sepia urbana.
Viene por la calle de los sumideros
desde un poblado de nombre olvido
maquillada de suciedad.
Canta en letanía noches de su vida
se acompasa en un bamboleo
desvencijado entre restos y cartones
donde huesos de madre empujan su destino.
Rosalba, rosa blanca, inocencia vegetal
juega con lo indecente
ignora que le roban dignidad.
“…se cree que el mundo termina en el radio de las luces
y de las palabras seguras…”
Juan L. Ortiz
Rosalba pasea en carroza
heroína de los cestos de la calle
cenicienta de nuestras cenizas
cartonera en sepia urbana.
Viene por la calle de los sumideros
desde un poblado de nombre olvido
maquillada de suciedad.
Canta en letanía noches de su vida
se acompasa en un bamboleo
desvencijado entre restos y cartones
donde huesos de madre empujan su destino.
Rosalba, rosa blanca, inocencia vegetal
juega con lo indecente
ignora que le roban dignidad.
martes, 19 de febrero de 2008
POSTALES
I
Desierto de corazones
el cemento apilado y frío.
Ni una rama cobija al nido de calandria.
Sólo efímeras alabanzas.
Iluminó la brisa su canto,
se perdió sin puerto, sin rumbo.
Hacia el norte buscó el suyo.
A la sombra de los eucaliptos,
horizontes púrpura y azucenas.
II
Se conocieron en esos sitios
adonde van los interesados
y otros a llenar vacíos.
Sin darse cuenta café mediante
conversaron en un bar cualquiera.
El hombre regaló viejos boleros
para que vuelvan los años verdes.
Después, té de menta
y bollitos de coco frente a la chimenea.
Escucharon el disco y pegados
sin hablar se acunaron.
III
De color ceniza
se pintó el caserío.
La tarde se aroma con café
y detrás del vidrio
mira largo sin poder ver.
Alguien canta aquellas canciones
mientras arregla postales que alegran
una melancolía de baúles.
I
Desierto de corazones
el cemento apilado y frío.
Ni una rama cobija al nido de calandria.
Sólo efímeras alabanzas.
Iluminó la brisa su canto,
se perdió sin puerto, sin rumbo.
Hacia el norte buscó el suyo.
A la sombra de los eucaliptos,
horizontes púrpura y azucenas.
II
Se conocieron en esos sitios
adonde van los interesados
y otros a llenar vacíos.
Sin darse cuenta café mediante
conversaron en un bar cualquiera.
El hombre regaló viejos boleros
para que vuelvan los años verdes.
Después, té de menta
y bollitos de coco frente a la chimenea.
Escucharon el disco y pegados
sin hablar se acunaron.
III
De color ceniza
se pintó el caserío.
La tarde se aroma con café
y detrás del vidrio
mira largo sin poder ver.
Alguien canta aquellas canciones
mientras arregla postales que alegran
una melancolía de baúles.
domingo, 17 de febrero de 2008
Cuento: Día de pesca
DIA DE PESCA
No era necesario que sea un día especial. Que el cielo tuviera determinadas nubes ni color. Que el viento viniera de tal lado o que el río estuviera alto o bajo.
Simplemente, quería tener un día de pesca especial. Algo así como una necesidad.
Sin apresuramientos, comenzó con la ceremonia. Limpió bien la caña, aceitó los mecanismos, revisó los elementos de la caja para tal fin, calentó el agua para el mate y revolvió los canteros del jardín en busca de las lombrices para la carnada.
Luego, emprendió el viaje hacia el lugar elegido, el Banco Pelay, allí donde el Río de los Pájaros despliega su belleza y sus aguas mansas, se deslizan como el tiempo de los siglos lamiendo sus arenas de oro.
Desplegó el sillón a la sombra de un guayabo y enterró el soporte de la caña para realizar las tareas con comodidad.
Luego de encarnar, calcula la corriente del agua y arroja la línea lo mas lejos que puede.
Se tensa el hilo y manteniendo la caña con firmeza, permanece de pié expectante.
Observa el paisaje de la otra orilla. Luego, como se desplaza a lo lejos una pequeña embarcación. El tiempo pasa, largo y tranquilo.
Algunas palomas viajan a la otra orilla y las mira siguiéndole el vuelo. En el fondo del río, ningún pez ha visto la carnada.
En sus brazos ya no hay tensión. Tampoco en su interior ni en su mente que divaga imágenes de todo tipo.
Coloca la caña en el soporte y se acomoda en el sillón para saborear unos buenos mates.
Mientras lo hace, fija la mirada en la punta de la caña para advertir cualquier movimiento que indique la mordida de una presa pero, es solo un instante porque luego se le pierde en el infinito límpido del cielo.
Y así se queda, escuchando a lo lejos las cigarras y los pájaros, recordando sin esfuerzo momentos que ya no se repetirían.
La calma abunda afuera y adentro del agua.
Suavemente pasa el agua cálida por la bombilla, al igual que los recuerdos sin prisa, sin aflicciones, despersonalizados en la distancia.
El hilo se mece al compás de las suaves ondas, cuando la brisa pasea su largo vestido por el río. Y ese hilo sumergido en la profundidad, es también, un cordón umbilical con la Madre Tierra.
El tiempo transcurre y las sombras se alargan como dedos queriendo alcanzar los sauces de la Banda Oriental.
Dos o tres veces, repite la operación de sacar y arrojar la línea sin resultados positivos que le indiquen la presencia de algún pez.
Pero él permanece allí, regocijado, perdiendo la vista en el horizonte, en los verdes, en lo profundo del celeste o del agua a sus pies.
Se posa en una nube solitaria que pasa o en una ramita que flota y se va, interminablemente se va en ellas.
Poco a poco, aumenta el tono de la sinfonía de ranas y grillos en la espesura que trae perfumes de viznagas y eucaliptos.
La fresca brisa del crepúsculo, le indica el momento del regreso.
Lentamente, va alejándose del lugar con el sentimiento de un gurí yéndose de los brazos maternos.
Se va sin una presa. Sin la emoción de un pique siquiera. Pero fue el día de pesca que anhelaba porque, su espíritu vuelve con lo mas valioso que fue a buscar, la comunión con Dios y la paz interior que refleja su mirada.
A él ya no lo afecta su infortunio. La cama solo retiene su cuerpo inerte y enfermo, al cual vuelve su alma ahora serena, para abandonarse al sueño de esa noche o quizás, a lo eterno.
No era necesario que sea un día especial. Que el cielo tuviera determinadas nubes ni color. Que el viento viniera de tal lado o que el río estuviera alto o bajo.
Simplemente, quería tener un día de pesca especial. Algo así como una necesidad.
Sin apresuramientos, comenzó con la ceremonia. Limpió bien la caña, aceitó los mecanismos, revisó los elementos de la caja para tal fin, calentó el agua para el mate y revolvió los canteros del jardín en busca de las lombrices para la carnada.
Luego, emprendió el viaje hacia el lugar elegido, el Banco Pelay, allí donde el Río de los Pájaros despliega su belleza y sus aguas mansas, se deslizan como el tiempo de los siglos lamiendo sus arenas de oro.
Desplegó el sillón a la sombra de un guayabo y enterró el soporte de la caña para realizar las tareas con comodidad.
Luego de encarnar, calcula la corriente del agua y arroja la línea lo mas lejos que puede.
Se tensa el hilo y manteniendo la caña con firmeza, permanece de pié expectante.
Observa el paisaje de la otra orilla. Luego, como se desplaza a lo lejos una pequeña embarcación. El tiempo pasa, largo y tranquilo.
Algunas palomas viajan a la otra orilla y las mira siguiéndole el vuelo. En el fondo del río, ningún pez ha visto la carnada.
En sus brazos ya no hay tensión. Tampoco en su interior ni en su mente que divaga imágenes de todo tipo.
Coloca la caña en el soporte y se acomoda en el sillón para saborear unos buenos mates.
Mientras lo hace, fija la mirada en la punta de la caña para advertir cualquier movimiento que indique la mordida de una presa pero, es solo un instante porque luego se le pierde en el infinito límpido del cielo.
Y así se queda, escuchando a lo lejos las cigarras y los pájaros, recordando sin esfuerzo momentos que ya no se repetirían.
La calma abunda afuera y adentro del agua.
Suavemente pasa el agua cálida por la bombilla, al igual que los recuerdos sin prisa, sin aflicciones, despersonalizados en la distancia.
El hilo se mece al compás de las suaves ondas, cuando la brisa pasea su largo vestido por el río. Y ese hilo sumergido en la profundidad, es también, un cordón umbilical con la Madre Tierra.
El tiempo transcurre y las sombras se alargan como dedos queriendo alcanzar los sauces de la Banda Oriental.
Dos o tres veces, repite la operación de sacar y arrojar la línea sin resultados positivos que le indiquen la presencia de algún pez.
Pero él permanece allí, regocijado, perdiendo la vista en el horizonte, en los verdes, en lo profundo del celeste o del agua a sus pies.
Se posa en una nube solitaria que pasa o en una ramita que flota y se va, interminablemente se va en ellas.
Poco a poco, aumenta el tono de la sinfonía de ranas y grillos en la espesura que trae perfumes de viznagas y eucaliptos.
La fresca brisa del crepúsculo, le indica el momento del regreso.
Lentamente, va alejándose del lugar con el sentimiento de un gurí yéndose de los brazos maternos.
Se va sin una presa. Sin la emoción de un pique siquiera. Pero fue el día de pesca que anhelaba porque, su espíritu vuelve con lo mas valioso que fue a buscar, la comunión con Dios y la paz interior que refleja su mirada.
A él ya no lo afecta su infortunio. La cama solo retiene su cuerpo inerte y enfermo, al cual vuelve su alma ahora serena, para abandonarse al sueño de esa noche o quizás, a lo eterno.
sábado, 16 de febrero de 2008
Sinteticuento: El charco - Cuento breve
Le gustaba tirar piedras al medio del charco porque los círculos que se fromaban, le parecían una puerta hacia una dimensión desconocida.
Lo estudió de mil maneras y le dio la certeza de que podía realizar ese viaje.
Lo encaró con decisión, pero se dio cuenta de que para él esa puerta estaba cerrada, cuando le chorreaba la sangre del enorme chichón.
Lo estudió de mil maneras y le dio la certeza de que podía realizar ese viaje.
Lo encaró con decisión, pero se dio cuenta de que para él esa puerta estaba cerrada, cuando le chorreaba la sangre del enorme chichón.
BICITURISMO
Impresiones de una vuelta en bicicleta
Estimados lectores:
En este número quiero compartir con ustedes, una actividad que desarrollo y es bueno que se enteren de que se trata por los beneficios que tiene y quién les dice, me acompañen.
Se trata de una actividad desarrollada con la bicicleta y que ha venido incrementándose en los últimos años: hacer turismo en bicicleta.
En los últimos años, se ha incrementado esta modalidad a la que le llaman turismo de aventura. Dentro de la actividad, suele hacerse una diferenciación entre lo que es turismo en bicicleta, que comprende un recorrido de muchos días, incluso por otros países; turismo rural, a través de caminos por el campo y cicloturismo, recreación de corta duración que no requiere una gran preparación física; o como simplemente se le dice: biciturismo. Hay quienes lo hacen en grupos y los más temerarios, solos.
Lo bueno que tiene esta modalidad, es que podemos disfrutar sin mayores pretensiones de un excelente día con solo decidirse a recorrer los alrededores de nuestra ciudad. Con un trayecto de pocas horas, se descubren lugares y cosas que sorprenden; además, se realiza una actividad física sana, se está en contacto con la naturaleza y se tiene una visión abarcativa del lugar en donde vivimos.
Para saber qué se experimenta cuando se realiza esta actividad, les relato una de mis salidas más largas en una tarde.
Con estas premisas, es que suelo salir a recorrer los alrededores de mi ciudad por los caminos vecinales. Los recorridos, no iban más allá de los 30 km que son suficientes para disfrutar a pleno del paseo pero, decidí hacer un periplo más largo para conocer lugares que no había visto y además, prolongar el ejercicio físico.
Un sábado por la tarde, salí para llegar hasta el pueblo de Pronunciamiento distante 38 km y desde allí, hasta San Justo para regresar. Era un periplo de 70 km en total. El día semi nublado se prestaba para ello puesto que el calor de enero había aflojado.
A los pocos kilómetros de partir, el tránsito y el bullicio de la ciudad habían desaparecido dejando el aire diáfano, descontaminado. Comienzo a ver las actividades rurales propias, puedo mirar a lo lejos descansando la vista en los matices que brindan los campos sembrados, los oídos se destapan, se abren ávidos a las voces de la naturaleza; hasta puedo escuchar los distintos tonos de los grillos.
Andar por la tierra entre huellas, entre sendas bordeadas de yuyos y árboles que me rozaban con sus ramas, tuvo el sabor de una aventura de niño.
Cuando pasé por un puente y paré a mirar las mojarras en el agua cristalina mientras la brisa fresca me renovó las ganas de seguir, fue una de las postales imborrables que traje.
Conocer dónde y cómo se produce nuestro alimento, también me ubicó en el contexto geográfico, social, político y económico del lugar en que vivo. Porque además del gozo recreativo, tengo la oportunidad de conversar con la gente y sacar conclusiones.
He visto las cuchillas sembradas como tapices de colores, he visto los cuadros de pintores famosos en vivo y en directo. Bandadas de garzas, palomas y jilgueros; golondrinas en los cables formando hileras como mirando un desfile a mi paso. Una liebre en el camino, me observó extrañada hasta que casi la toco antes de que salga corriendo y unos cuises ariscos se escondieron rápido, no sé si por mi presencia o por las águilas que revoloteaban cerca. Benteveos y cardenales, se daban un festín con los granos caídos en una huella del camino.
Todo esto, no puede apreciarse de otra manera. Es la única forma de palpar lo valioso que tenemos y enriquecer el espíritu. Lo tengo a mano y lo aproveché.
Al concluir la vuelta, el cansancio físico había desaparecido, solo me quedaba una sensación de alegría y satisfacción que me colmó por entero. Fueron 70km metro a metro de experiencia y gratificación total que perdurarán para siempre.
Fue estar con uno mismo y el creador. Como dice una canción:”una experiencia casi religiosa”.
Quien diría en otros tiempos que esta modesta máquina de transporte que fue introducida en el siglo XIX en Europa, tuvo un gran impacto en la cultura y en la industria. Tan es así que en la actualidad, hay alrededor de 800 millones de bicicletas en el mundo y la mayor parte de ellas están en el país que se mueve en bicicleta: China.
Es tan vieja la idea que ya en el antiguo Egipto había algo parecido, eran dos ruedas unidas por una barra; y los aztecas, parece que más osados, le habían agregado una vela. Pero no fue hasta el año 1839, que contó con pedales debido al escosés Kirkpatrick Macmillan.
Hoy, son numerosas las formas, materiales y usos que tiene siendo el turismo, lo que más rápido se ha desarrollado debido a lo antes mencionado, con la ventaja de lo económico que resulta valerse de ella.
He visto las bicicletas cargadas por las solitarias rutas de la Patagonia, cruzando la cordillera y por el medio de las salinas a más de 2000 metros de altura. Ya casi no hay lugar en el mundo que no hayan pisado sus ruedas.
Estimado lector, le sugiero que se anime, salga a recorrer los alrededores de su ciudad y se sorprenderá, comprobará lo que he narrado. Mientras usted lo decide, yo, ya estoy diagramando la próxima salida.
Feliz viaje.
Estimados lectores:
En este número quiero compartir con ustedes, una actividad que desarrollo y es bueno que se enteren de que se trata por los beneficios que tiene y quién les dice, me acompañen.
Se trata de una actividad desarrollada con la bicicleta y que ha venido incrementándose en los últimos años: hacer turismo en bicicleta.
En los últimos años, se ha incrementado esta modalidad a la que le llaman turismo de aventura. Dentro de la actividad, suele hacerse una diferenciación entre lo que es turismo en bicicleta, que comprende un recorrido de muchos días, incluso por otros países; turismo rural, a través de caminos por el campo y cicloturismo, recreación de corta duración que no requiere una gran preparación física; o como simplemente se le dice: biciturismo. Hay quienes lo hacen en grupos y los más temerarios, solos.
Lo bueno que tiene esta modalidad, es que podemos disfrutar sin mayores pretensiones de un excelente día con solo decidirse a recorrer los alrededores de nuestra ciudad. Con un trayecto de pocas horas, se descubren lugares y cosas que sorprenden; además, se realiza una actividad física sana, se está en contacto con la naturaleza y se tiene una visión abarcativa del lugar en donde vivimos.
Para saber qué se experimenta cuando se realiza esta actividad, les relato una de mis salidas más largas en una tarde.
Con estas premisas, es que suelo salir a recorrer los alrededores de mi ciudad por los caminos vecinales. Los recorridos, no iban más allá de los 30 km que son suficientes para disfrutar a pleno del paseo pero, decidí hacer un periplo más largo para conocer lugares que no había visto y además, prolongar el ejercicio físico.
Un sábado por la tarde, salí para llegar hasta el pueblo de Pronunciamiento distante 38 km y desde allí, hasta San Justo para regresar. Era un periplo de 70 km en total. El día semi nublado se prestaba para ello puesto que el calor de enero había aflojado.
A los pocos kilómetros de partir, el tránsito y el bullicio de la ciudad habían desaparecido dejando el aire diáfano, descontaminado. Comienzo a ver las actividades rurales propias, puedo mirar a lo lejos descansando la vista en los matices que brindan los campos sembrados, los oídos se destapan, se abren ávidos a las voces de la naturaleza; hasta puedo escuchar los distintos tonos de los grillos.
Andar por la tierra entre huellas, entre sendas bordeadas de yuyos y árboles que me rozaban con sus ramas, tuvo el sabor de una aventura de niño.
Cuando pasé por un puente y paré a mirar las mojarras en el agua cristalina mientras la brisa fresca me renovó las ganas de seguir, fue una de las postales imborrables que traje.
Conocer dónde y cómo se produce nuestro alimento, también me ubicó en el contexto geográfico, social, político y económico del lugar en que vivo. Porque además del gozo recreativo, tengo la oportunidad de conversar con la gente y sacar conclusiones.
He visto las cuchillas sembradas como tapices de colores, he visto los cuadros de pintores famosos en vivo y en directo. Bandadas de garzas, palomas y jilgueros; golondrinas en los cables formando hileras como mirando un desfile a mi paso. Una liebre en el camino, me observó extrañada hasta que casi la toco antes de que salga corriendo y unos cuises ariscos se escondieron rápido, no sé si por mi presencia o por las águilas que revoloteaban cerca. Benteveos y cardenales, se daban un festín con los granos caídos en una huella del camino.
Todo esto, no puede apreciarse de otra manera. Es la única forma de palpar lo valioso que tenemos y enriquecer el espíritu. Lo tengo a mano y lo aproveché.
Al concluir la vuelta, el cansancio físico había desaparecido, solo me quedaba una sensación de alegría y satisfacción que me colmó por entero. Fueron 70km metro a metro de experiencia y gratificación total que perdurarán para siempre.
Fue estar con uno mismo y el creador. Como dice una canción:”una experiencia casi religiosa”.
Quien diría en otros tiempos que esta modesta máquina de transporte que fue introducida en el siglo XIX en Europa, tuvo un gran impacto en la cultura y en la industria. Tan es así que en la actualidad, hay alrededor de 800 millones de bicicletas en el mundo y la mayor parte de ellas están en el país que se mueve en bicicleta: China.
Es tan vieja la idea que ya en el antiguo Egipto había algo parecido, eran dos ruedas unidas por una barra; y los aztecas, parece que más osados, le habían agregado una vela. Pero no fue hasta el año 1839, que contó con pedales debido al escosés Kirkpatrick Macmillan.
Hoy, son numerosas las formas, materiales y usos que tiene siendo el turismo, lo que más rápido se ha desarrollado debido a lo antes mencionado, con la ventaja de lo económico que resulta valerse de ella.
He visto las bicicletas cargadas por las solitarias rutas de la Patagonia, cruzando la cordillera y por el medio de las salinas a más de 2000 metros de altura. Ya casi no hay lugar en el mundo que no hayan pisado sus ruedas.
Estimado lector, le sugiero que se anime, salga a recorrer los alrededores de su ciudad y se sorprenderá, comprobará lo que he narrado. Mientras usted lo decide, yo, ya estoy diagramando la próxima salida.
Feliz viaje.
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