Las cartas del dolorCarta Nº3Hola Rubén:
¿Te acordás cuando nos reuníamos en la esquina con la barra y hablábamos
de las cosas que íbamos a hacer cuando fuéramos grandes? ¿Cuándo contábamos
historias haciendo mímica? En las trincheras hacíamos lo mismo. A pesar de los
momentos críticos, tratábamos de hablar de otras cosas y bromeábamos para levantar el
ánimo. Sólo unos pocos tenían una actitud derrotista o maldecían verticalismos
estúpidos que empeoraban la situación. Se quejaban de que nadie se preocupara
realmente por nosotros. Los demás estábamos resignados, aceptábamos la historia, el
destino que nos tocó vivir. Hacíamos catarsis, con la risa inyectábamos optimismo a la
ilusión de volver a nuestros hogares. Hablábamos de los proyectos a realizar cuando
regresáramos, de qué estarían haciendo cada uno de la familia, las novias, los amigos,
los compañeros de trabajo.
También compartíamos tareas, ayudábamos a escribir cartas a quienes no tenían buena
redacción o no sabían cómo hacerlo; cosíamos la ropa de los que no sabían hacerlo o
encendíamos puñados de turba para calentar las manos.
Aprendí historias de barrio y costumbres de otras provincias en las charlas desveladas
de esas noches fantasmales. Viajé por el mundo con la imaginación.
Había un tema recurrente, el hambre. Pretendíamos mitigarlo montando escenas
teatrales haciendo uso de la mímica en parrillas virtuales con asados, pollos, embutidos,
achuras; cocinas funcionando a pleno con milanesas, churrascos, papas fritas, siempre
todo acompañado de los mejores vinos y cervezas. Lo que más se sentía era la falta de
cigarrillos; en la desesperación, los hacía con cualquier papel y musgo pero su sabor era
tan horrible que les daba sólo algunas pitadas. Cuando tenía cigarrillos de verdad, los
cuidaba como a un tesoro.
En el pueblo había de todo, pero estaba lejos y teníamos prohibido ir. Esto me rebelaba
porque las raciones no llegaban a las trincheras y era el único lugar en donde podíamos
comprar alimentos. Debido a los horribles cigarrillos armados con turba ya no fumo.
Les tomé asco y al final fue algo bueno para mí.
Un abrazo.