Soy un sofá
Me parece mentira haber llegado al estado que tengo en este momento pero, muchas cosas me reconfortan.
Recuerdo que un carpintero cantaba y silbaba mientras hacía mi esqueleto. Me mimaba en cada pasada del cepillo, la lija era una caricia que luego devolvía con la suavidad de mi textura.
Y al tapicero. Me emociono cuando pienso que se acostaba pensando con que trama, color o dibujo me vestiría. Sentí que era un diplomático con su sastre privado confeccionándole el mejor traje.
También recuerdo con que alegría me trajeron a la casa y buscaron el lugar más apropiado de la sala luego de varios cambios de opinión.
¡Y cómo no voy a recordar, cuando aún estaban sin los niños y en mi regazo hacían esas locuras que me cambiaban el color hasta ponerme rojo!
Pero como lo bueno dura poco, comenzaron las penurias.
Al principio soporté las manchas, pisotones y cortes hechos por la ternura de Tomasito y luego sin tregua, todo lo de dos hermanitos más.
Mi estructura que ya no tenía la fortaleza del principio, empezó a flaquear y la imagen, quedó hecha una porquería.
Pero lo peor, lo que no soporté, fue cuando trajeron a Sultán.
Cuando era cachorro, me mordisqueó todas las patas y luego al crecer como un caballo además de llenarme de pelos y babearme todo, hasta me meó cuando se quedaba solo en la casa.
Ahora estoy tranquilo aquí en el desván aunque, esperando que esta enfermedad que carcome mi armazón, me de la paz eterna.
Y me resigno, ya cumplí con mi tarea y brindo por eso.
A pesar de todo, los quiero. Sé que siempre estaré con ellos aunque no se den cuenta, en los retratos de la familia.