Nos reinventamos, ilusionamos otra vida, buscamos algo que nos saque de la abulia que nos impone esta limpieza del planeta. Nos damos cuenta que tanta electrónica no es para hacernos felices, no suplanta el lenguaje de los ojos, el calor en el roce de piel, la canción en directo de la voz. El palacio de oro se transformó en jaula, las visitas que no queríamos, hoy son bienvenidas para adornar la soledad, mezclarnos, ser un retazo de comunidad. Nos invade el vacío del otro, la incógnita de asomarse a la mira de un francotirador, invisible, traicionero, que nos dé en medio del pecho el pasaje sin retorno y sin valijas ordenadas. En la intimidad con nosotros mismos, meditamos la duda de los cambios en nosotros y en los de la calle que nos mezcla. Duda que hacemos positiva, para que no nos deje bebiendo la derrota tirados en el sillón a la espera de un fatídico azar, que podemos prevenirlo. Futuro que no es distinto para siempre, solo cambia hasta que la sensibilidad se apaga con la normalidad de los quehaceres mundanos. Nada cambia la esencia del ser humano, solo cambian los modos, los elementos, el hacer siempre fue y será el mismo. En todas las guerras, sobrevivió el soldado que se quedó en la trinchera, como ahora, en esta guerra.
Rubén Daniel Roude