IDENTIDAD
Juan Manuel cuando fue
niño, evidenció gustos y conductas distintas a las de cualquier pequeño. No
eran extravagantes pero sí particulares: prefería comer pescado a otra clase de
alimento, durante el día andaba somnoliento y despierto por la noche, su mayor diversión
era subir a los árboles y tenía un carácter retraído, solitario.
Sus amigos y compañeros
de estudios, lo bautizaron con el nombre de “Garfunkel, el gato”, en razón de
su habilidad de treparse a los muros, caminar por el filo de ellos y realizar
saltos en las alturas.
Juan Manuel nació entre
un grupo de gatos. Sus padres eran afectos a tenerlos en casa, los tenían de
distintos colores y tamaños. Cuando comenzó a distinguir lo que veía, lo
primero fueron los gatos que subidos a la cuna y sobre otros muebles que lo
observaban con curiosidad.
Cuando llegó el tiempo
de gatear, coincidencia de palabra, acción y entorno, lo hizo siempre en
compañía de las mascotas, era uno más de la manada. Jugó con ellos todo el
tiempo, durmió y hasta comió de sus bateas. A sus padres les causó gracia estas
actitudes que suponían eran normales, propias de un niño.
Pero cuando fue
creciendo, advirtieron que su conducta no era como la de los demás niños de la
vecindad ni compañeros de escuela. Su aislamiento y hábitos nocturnos fueron
más evidentes y decidieron llevarlo a que lo examinara un médico. Luego de unos
estudios, determinaron que no era autista y tampoco se correspondía con los
niños selváticos como Víctor del Aveyron
de Francia o Marcos Rodríguez Pantoja de España, que luego de abandonados en la
selva adquirieron costumbres iguales a las de los animales que los habían
rodeado. A Juan Manuel lo diferenciaba su sociabilización y hablaba
normalmente, él sabía perfectamente quién era y sabía comportarse y comunicarse
con la gente.
Fue así que con el paso
del tiempo, fue pareciéndose en todo a sus gatos. No sólo por su preferencia a
comer pescado, hígado de vaca y lácteos, sino en su manera de caminar, las
cualidades elásticas y de equilibrio. Podía treparse a cualquier árbol o tapial y desplazarse sobre su filo con total
normalidad; saltar de un balcón a otro y ver en la oscuridad mejor que una
persona normal.
Quizás tenía
condiciones naturales para ello, pero además se ocupó en desarrollar esas
cualidades con ejercicios, hábitos y alimentación. Sentía la urgencia interior
de ser un felino, sabía que era distinto, que esa era su identidad y la
necesidad de serlo lo impulsó a sostenerse en ello contra todas las
adversidades.
Cuando terminó los
estudios secundarios en una escuela nocturna (en las diurnas tuvo problemas con
mantenerse despierto), se empleó como sereno en una fábrica.
Una vez que consiguió
su independencia económica, se fue a vivir solo a un viejo edificio. Allí,
lejos de la presión familiar, la felinidad fue acentuándose; no sólo estuvo rodeado
de gatos sino también vivió como ellos hasta en sus mínimos detalles. Durmió en
un cajón acolchado, comió en una batea con las manos (lo que en un principio
era shuyi, ahora cualquier pescado crudo le daba igual) y anduvo desnudo todo
el tiempo. Esta situación de verse la piel desnuda, lo decidió a cambiarle el
aspecto y a la manera de Tom Leppard, el hombre que se tatuó todo el cuerpo
como la piel de un leopardo y se fue a vivir en soledad a una isla de Escocia,
se hizo tatuar la suya con el color y el aspecto de un gato. Si bien esta nueva
apariencia lo reconfortó, su cara aún no estaba acorde a la identidad. Resolvió
entonces que sus orejas de aspecto normal, fueran remodeladas mediante una
cirugía de otoplastia para darles una forma similar a la de los felinos.
También su dentadura tuvo un cambio con el implante de colmillos largos y
agudos que le dieron completud a su fisonomía.
Las pocas veces que
salió a la calle, fue objeto de atracción. La gente se paró para observarlo y
algunos más audaces, le pidieron permiso para sacarse una foto junto a él. No
era de su gusto, estimó que los suyo no era circense ni para destacarse,
consideró que su identidad era genuina, que en este siglo de acuerdo a la
evolución de la sociedad no debería llamarles la atención ver a una persona
diferente.
Juan Manuel ya no era
la persona que sus padres habían creado, distaba mucho de la imagen de aquel
niño que el vecindario había conocido. Incluso su nombre había quedado en el
recuerdo, los jóvenes de entonces lo llamaron “Garfunkel, el gato”, y con ese
nombre era reconocido ahora por todos.
Había asumido ese
nombre propio al igual que su aspecto y personalidad. Le resultaba desagradable
cuando lo llamaban por el que había recibido al nacer. El mismo se presentaba ante
las personas como: Garfunkel, el Gato.
Cada vez que mostró su
documento de identidad para realizar algún trámite, tuvo problemas porque no
coincidieron sus señas particulares con las que constaban en el mismo. Harto de
esta situación, decidió emprender una campaña televisiva sobre el cambio de
identidad, a la vez que presentó un recurso legal para cambiar dicho documento.
Argumentó que su caso, era igual al de otras personas que habían nacido varón o
mujer, tenían personalidad y aspecto del sexo contrario y la ley les permitió
cambiar su identidad en el documento.
Demandó que se cambie
el nombre de Juan Manuel por el de: Garfunkel El Gato; y donde se identifica al
sexo, diga: macho felino.