lunes, 18 de agosto de 2014

Un tema de actualidad

IDENTIDAD
Juan Manuel cuando fue niño, evidenció gustos y conductas distintas a las de cualquier pequeño. No eran extravagantes pero sí particulares: prefería comer pescado a otra clase de alimento, durante el día andaba somnoliento  y despierto por la noche, su mayor diversión era subir a los árboles y tenía un carácter retraído, solitario.
Sus amigos y compañeros de estudios, lo bautizaron con el nombre de “Garfunkel, el gato”, en razón de su habilidad de treparse a los muros, caminar por el filo de ellos y realizar saltos en las alturas.
Juan Manuel nació entre un grupo de gatos. Sus padres eran afectos a tenerlos en casa, los tenían de distintos colores y tamaños. Cuando comenzó a distinguir lo que veía, lo primero fueron los gatos que subidos a la cuna y sobre otros muebles que lo observaban con curiosidad.
Cuando llegó el tiempo de gatear, coincidencia de palabra, acción y entorno, lo hizo siempre en compañía de las mascotas, era uno más de la manada. Jugó con ellos todo el tiempo, durmió y hasta comió de sus bateas. A sus padres les causó gracia estas actitudes que suponían eran normales, propias de un niño.
Pero cuando fue creciendo, advirtieron que su conducta no era como la de los demás niños de la vecindad ni compañeros de escuela. Su aislamiento y hábitos nocturnos fueron más evidentes y decidieron llevarlo a que lo examinara un médico. Luego de unos estudios, determinaron que no era autista y tampoco se correspondía con los niños selváticos como Víctor  del Aveyron de Francia o Marcos Rodríguez Pantoja de España, que luego de abandonados en la selva adquirieron costumbres iguales a las de los animales que los habían rodeado. A Juan Manuel lo diferenciaba su sociabilización y hablaba normalmente, él sabía perfectamente quién era y sabía comportarse y comunicarse con la gente.
Fue así que con el paso del tiempo, fue pareciéndose en todo a sus gatos. No sólo por su preferencia a comer pescado, hígado de vaca y lácteos, sino en su manera de caminar, las cualidades elásticas y de equilibrio. Podía treparse a cualquier árbol o  tapial y desplazarse sobre su filo con total normalidad; saltar de un balcón a otro y ver en la oscuridad mejor que una persona normal.
Quizás tenía condiciones naturales para ello, pero además se ocupó en desarrollar esas cualidades con ejercicios, hábitos y alimentación. Sentía la urgencia interior de ser un felino, sabía que era distinto, que esa era su identidad y la necesidad de serlo lo impulsó a sostenerse en ello contra todas las adversidades.
Cuando terminó los estudios secundarios en una escuela nocturna (en las diurnas tuvo problemas con mantenerse despierto), se empleó como sereno en una fábrica.
Una vez que consiguió su independencia económica, se fue a vivir solo a un viejo edificio. Allí, lejos de la presión familiar, la felinidad fue acentuándose; no sólo estuvo rodeado de gatos sino también vivió como ellos hasta en sus mínimos detalles. Durmió en un cajón acolchado, comió en una batea con las manos (lo que en un principio era shuyi, ahora cualquier pescado crudo le daba igual) y anduvo desnudo todo el tiempo. Esta situación de verse la piel desnuda, lo decidió a cambiarle el aspecto y a la manera de Tom Leppard, el hombre que se tatuó todo el cuerpo como la piel de un leopardo y se fue a vivir en soledad a una isla de Escocia, se hizo tatuar la suya con el color y el aspecto de un gato. Si bien esta nueva apariencia lo reconfortó, su cara aún no estaba acorde a la identidad. Resolvió entonces que sus orejas de aspecto normal, fueran remodeladas mediante una cirugía de otoplastia para darles una forma similar a la de los felinos. También su dentadura tuvo un cambio con el implante de colmillos largos y agudos que le dieron completud a su fisonomía.
Las pocas veces que salió a la calle, fue objeto de atracción. La gente se paró para observarlo y algunos más audaces, le pidieron permiso para sacarse una foto junto a él. No era de su gusto, estimó que los suyo no era circense ni para destacarse, consideró que su identidad era genuina, que en este siglo de acuerdo a la evolución de la sociedad no debería llamarles la atención ver a una persona diferente.
Juan Manuel ya no era la persona que sus padres habían creado, distaba mucho de la imagen de aquel niño que el vecindario había conocido. Incluso su nombre había quedado en el recuerdo, los jóvenes de entonces lo llamaron “Garfunkel, el gato”, y con ese nombre era reconocido ahora por todos.
Había asumido ese nombre propio al igual que su aspecto y personalidad. Le resultaba desagradable cuando lo llamaban por el que había recibido al nacer. El mismo se presentaba ante las personas como: Garfunkel, el Gato.
Cada vez que mostró su documento de identidad para realizar algún trámite, tuvo problemas porque no coincidieron sus señas particulares con las que constaban en el mismo. Harto de esta situación, decidió emprender una campaña televisiva sobre el cambio de identidad, a la vez que presentó un recurso legal para cambiar dicho documento. Argumentó que su caso, era igual al de otras personas que habían nacido varón o mujer, tenían personalidad y aspecto del sexo contrario y la ley les permitió cambiar su identidad en el documento.

Demandó que se cambie el nombre de Juan Manuel por el de: Garfunkel El Gato; y donde se identifica al sexo, diga: macho felino.