Amigo:
tengo la suerte de contar con vos, no sabés lo importante que fue tener tu apoyo
y tus cartas durante mi permanencia en ese infierno. Por ello sós una de las personas con
las que puedo abrir mi interior sin pudor y puedo contarte lo que siento, lo que me pasa.
¡No sabés lo que fue el camino de retorno¡
Traté de recuperar lo que soy, ( aceptando el temor de haber hecho quizás un viaje sin
regreso), en un reencuentro con lo elemental, con las cosas simples. Tenía la sensación
de ser un extraño en mi propia casa, recordaba con asombro todo aquello que había
vivido sólo unos meses atrás, sintiendo que había sido una eternidad. La gente no podía
imaginar que venía del horror, me miraban extrañados y hablaban por lo bajo cuando
comentaba con mis compañeros: “¡mirá las vacas!, ¡mirá los árboles!”.
Renacía también como hijo, recuperaba el alma y la carne robada por mandato de una
locura sin nombre. Fue volver al regazo, a la casa, al barrio, y no fue fácil, no se puede
después de una experiencia tan extrema, continuar donde se ha dejado.
Flotó una energía llena de silencios, de miedos, de interrogantes en las miradas de los
que regresamos y de los que estaban. Pero por sobre todas las cosas, prevaleció la
necesidad de estar al calor del hogar, de abrazar a los seres queridos y descargar en un
llanto reconfortante, la alegría y la angustia de sentirnos plenamente humanos.
En la calle, tuve sentimientos contrapuestos, lo público por un lado y lo íntimo por el
otro. Experimentaba alegría cuando los vecinos se agolpaban para recibirme y
felicitarme, pero a la vez, estaba incómodo porque tenía la urgencia de disfrutar la
intimidad de la familia.
Lo mismo ocurrió en el reencuentro con los amigos, fue el abrazo de siempre pero la
sustancia de grupo, lo que se comparte, ya no era igual Yo había crecido de golpe y a
ellos, la vida les pasaba por otra dimensión. Me sentía desplazado y eso se puso de
manifiesto ante la suma de entrevistas, los currículums presentados y las promesas de
trabajo nunca concretadas que me agotaron las ganas.
Me entrevistaban para que les cuente como fue, qué pasó en la guerra, nada más;
querían tener información de primera mano. Además, me daba cuenta de que se
preguntaban si podía tener la locura de posguerra, buscaban el comportamiento
irracional que habían visto algunas veces en la televisión o en películas. Es cierto que
hubo algunos casos de locura en nuestras filas y también suicidios que pudieron
evitarse.
No fuimos atendidos psicológicamente, nada más que por desidia, ignorancia o el
egoísmo del Estado que no se hizo cargo y no le importó nuestra situación de pos
guerra, la salud mental de quienes fuimos obligados a luchar. Para los máximos
responsables fuimos estadísticas.
Fui el número cero; nunca pensé que ese número tuviera tanto valor.
y tus cartas durante mi permanencia en ese infierno. Por ello sós una de las personas con
las que puedo abrir mi interior sin pudor y puedo contarte lo que siento, lo que me pasa.
¡No sabés lo que fue el camino de retorno¡
Traté de recuperar lo que soy, ( aceptando el temor de haber hecho quizás un viaje sin
regreso), en un reencuentro con lo elemental, con las cosas simples. Tenía la sensación
de ser un extraño en mi propia casa, recordaba con asombro todo aquello que había
vivido sólo unos meses atrás, sintiendo que había sido una eternidad. La gente no podía
imaginar que venía del horror, me miraban extrañados y hablaban por lo bajo cuando
comentaba con mis compañeros: “¡mirá las vacas!, ¡mirá los árboles!”.
Renacía también como hijo, recuperaba el alma y la carne robada por mandato de una
locura sin nombre. Fue volver al regazo, a la casa, al barrio, y no fue fácil, no se puede
después de una experiencia tan extrema, continuar donde se ha dejado.
Flotó una energía llena de silencios, de miedos, de interrogantes en las miradas de los
que regresamos y de los que estaban. Pero por sobre todas las cosas, prevaleció la
necesidad de estar al calor del hogar, de abrazar a los seres queridos y descargar en un
llanto reconfortante, la alegría y la angustia de sentirnos plenamente humanos.
En la calle, tuve sentimientos contrapuestos, lo público por un lado y lo íntimo por el
otro. Experimentaba alegría cuando los vecinos se agolpaban para recibirme y
felicitarme, pero a la vez, estaba incómodo porque tenía la urgencia de disfrutar la
intimidad de la familia.
Lo mismo ocurrió en el reencuentro con los amigos, fue el abrazo de siempre pero la
sustancia de grupo, lo que se comparte, ya no era igual Yo había crecido de golpe y a
ellos, la vida les pasaba por otra dimensión. Me sentía desplazado y eso se puso de
manifiesto ante la suma de entrevistas, los currículums presentados y las promesas de
trabajo nunca concretadas que me agotaron las ganas.
Me entrevistaban para que les cuente como fue, qué pasó en la guerra, nada más;
querían tener información de primera mano. Además, me daba cuenta de que se
preguntaban si podía tener la locura de posguerra, buscaban el comportamiento
irracional que habían visto algunas veces en la televisión o en películas. Es cierto que
hubo algunos casos de locura en nuestras filas y también suicidios que pudieron
evitarse.
No fuimos atendidos psicológicamente, nada más que por desidia, ignorancia o el
egoísmo del Estado que no se hizo cargo y no le importó nuestra situación de pos
guerra, la salud mental de quienes fuimos obligados a luchar. Para los máximos
responsables fuimos estadísticas.
Fui el número cero; nunca pensé que ese número tuviera tanto valor.