Carta Nº7
Rubén, amigo mío:
como te adelanté en la carta anterior, continúo con la historia de la llegada a Buenos Aires donde para mi sorpresa, me esperaba el corolario de la bajeza del Ejército y del Estado.
Me cargaron como a ganado, como a elemento impúdico junto a mis compañeros en colectivos con los vidrios cerrados y tapados y en camiones cubiertos con lonas, para que no pudiéramos ver nada y nadie nos viera. Me dejaron en la Terminal de ómnibus a las cuatro de la mañana, cuando ya estaba cerrada, no había nadie. Me tiraron ahí como quien tira algo descartable, sin boleto o pase para el colectivo que me permitiera regresar a mi casa. Algunos pocos habían podido conservar algo de dinero que le enviaron sus familiares dentro de las cartas, y pudieron comprar el pasaje; otros, los consiguieron pidiendo un poco a cada amigo. Pero la gran mayoría, los que vivían en las provincias del norte, Chaco, Corrientes, Misiones y Entre Ríos, tuvieron que viajar como polizontes colgados de los trenes. Estábamos abandonados a nuestra suerte, enfrentados a la ignorancia de la sociedad representada en los guardas que no entendían, no sabían que regresábamos de esa guerra que en un principio avivaron con fervor y luego olvidaron con la misma pasión. Para ellos, su trabajo no tenía nada que ver con esa guerra y les impedían viajar gratis invocando que el Estado, que era en realidad quien debía hacerse cargo y arbitrar los medios del regreso. Solo a unos pocos les permitieron subir, pero en cada estación, surgían los problemas, se repetía el juego del policía y el ladrón cuando pasaba el guarda pidiendo los boletos. Bajaban de un vagón y subían a otro cuando ya había pasado.
A pesar de estos acontecimientos, lejos estaba de imaginar lo que vendría, eso fue sólo el comienzo de los problemas.
Hasta la próxima.