Carta Nº5
Querido amigo:
hoy estoy con las defensas bajas, no sé si es el día gris que me pone la tristeza a flor de piel y me trae lo vivido, pero siento que volví despojado. Sólo tengo recuerdos de horror, de miedo, del aire espeso que deja la guadaña de la señora muerte.
Los bombardeos resuenan todavía en mi cabeza, y a veces, siento esa sensación en la piel, a pesar de que los proyectiles pasaban a metros de distancia. Quería que pararan de caer las bombas de los buques que nos asolaban día y noche. Se llega al egoísmo extremo cuando en el afán de seguir vivos, y sin pensar en los otros infortunados, sentíamos alivio si los proyectiles no caían en la nuestra. Sólo nos sostenía la esperanza de que el tormento de la vigilia y de esas noches interminables, tuviera fin. Era un rezo de resignación y entrega. Lo más terrible fue el infierno del ataque final, donde la noche de pronto se hizo día, iluminada por la luz de las balas razantes. Tanta intensidad me generó confusión, no sabía en un momento dado donde se hallaba el enemigo, quizás estaba en la trinchera en la cual momentos antes se encontraban mis compañeros pero no podía saberlo con claridad.
De muchos, traje nada más que el ingrato recuerdo de sus cuerpos inertes, mutilados, el llanto de la desesperación, el pánico, los rezos de clemencia elevados a Dios, la desesperanza de no volver a estar con sus seres queridos.
Disculpame este lamento. Te agradezco que leas estas líneas que alivian mi alma.