Ese lugar de arena encaprichada
Cerca de la ciudad de Mateo existe un lugar que no es propio del entorno. Son unos médanos cuyo color no es igual al de la arena de la playa que está a 500 metros.
Esta playa es de color amarillo suave en tanto, la de ellos es de color rojizo. Estos médanos están en una altura de la geografía y entre éstos y el río, el terreno es bajo e inundable donde se siembra arroz. Luego está el albardón de vegetación abundante con árboles inclusive.
Este arenal, puede vérselo a simple vista desde la ciudad situada a pocos kilómetros hacia el sur. Son unos cúmulos agrupados con la característica de que forman unas ollas profundas con sedimentos de piedras silíceas y cerámica aborigen. La vegetación es escasa y raquítica; sólo hay un pequeño grupo de arbolitos en su lado norte donde toman sombra algunos vacunos. En la parte baja hacia el este, lo bordea un sangradera que desemboca en el río y en el lado oeste, hay campo con monte de eucaliptos.
El día que Mateo lo vio desde el séptimo piso de un edificio, se apoderó de él la inquietud de llegar hasta ellos e hizo todo lo posible para que así sea. Era una atracción muy grande puesto que quería saber, palpar como eran, qué había allí.
Llegó hasta el arenal emocionado y con mucha curiosidad.
Comenzó a caminar por su cima y al observar el entorno, lo cautivó el esplendor del paisaje que se extendía hacia el río y la ciudad.
Luego bajó al interior de una de las ollas y en el fondo, encontró pedacitos de vasijas y de puntas de flechas de sílice. Después de haber recogido algunas piezas, decidió salir para recorrer otra y al comenzar a trepar por la pared, las piernas se enterraron en la arena de manera tal que cuanto más quería subir, más se enterraba.
El pánico comenzó a subir de tono hasta la transpiración.
Sólo veía el cielo hacia arriba en el silencio de la tarde y escuchaba el siseo del viento. Estaba solo allí encerrado y sin alguien que pudiera escuchar sus pedidos de auxilio.
Las sombras comenzaron a estirarse y la arena se encaprichaba en hundirlo cada vez más.
Cuando la desolación y la angustia ya le estrangularon la garganta y solo podía silbar, se asomó el tropero que vino a buscar los vacunos y con un lazo lo sacó a la rastra como una marioneta patética de miedo.