Aquel viaje en tren
El tren pasaba por el terraplén rodeado de agua hasta casi las mismas vías, aquel año en que hubo la mayor de las crecientes.
Josengo con sus cinco años, viajaba de regreso hacia su pueblo natal y el convoy se desplazaba muy lento como asegurando las pisadas, como temiendo desbarrancarse y caer al agua.
El niño miraba con ojos de temor a su alrededor y hacía silencio como los demás pasajeros esperando una señal apocalíptica. Ni siquiera la belleza de los nenúfares que flotaban en grandes masas a los costados lo distraía. De pronto, escuchó un silbido extraño, profundo que le erizó la piel y buscó con la mirada el origen del mismo pero, no lo encontró.
Con miedo y una vocecita de llanto, le dice a su madre que puede ser el silbido de una víbora y ésta actitud, la molesta reprochándole su comportamiento que alteraba a los demás.
Nuevamente se hizo el silencio, esta vez, lo sintió más profundo.
Solo escuchó el trac, trac acompasado de las ruedas sobre los rieles.
Pasados unos minutos del altercado y cuando las tensiones de todos se iban aflojando, nuevamente se escuchó un silbido más agudo que el anterior y Josengo dando un brinco, se aferró al brazo de su madre buscando protección.
Y esta vez, su rostro se lo imploraba.
Entonces, sonriendo sarcásticamente y dándole consuelo le dijo que no se asuste por esa tontería puesto que a ese sonido, lo hacía otro niño de unos asientos más adelante tocando una ocarina.