domingo, 9 de enero de 2011
sábado, 8 de enero de 2011
SINTETICUENTO - Cuento breve
La fuga
Tenía bien planeado su escape de la cárcel.
Una vez que limó los barrotes de la ventana, se fue volando.
El niño bajó la paloma de un hondazo y no se enteró que abortó la fuga de Pedro.
Tenía bien planeado su escape de la cárcel.
Una vez que limó los barrotes de la ventana, se fue volando.
El niño bajó la paloma de un hondazo y no se enteró que abortó la fuga de Pedro.
Las cartas del dolor
Carta Nº 6
Estimado amigo:
hoy estuve en el puerto y ví que entraba un gran buque a cargar cereales. Me pareció ver al buque en el que volví de las islas. No sé como expresarte lo que sentí cuando llegué al territorio argentino. Regresé desde las tinieblas, desde una espesura de humedad y pólvora. Con mis compañeros sólo teníamos una mirada turbia que nos unía, no había alegría en el reencuentro. El dolor pesaba un poco menos al saber que escapamos del infierno de plomo, del hambre, del frío, de la muerte. En las planillas de recuento, se grabó el dolor ya sin nombre de los ausentes, de los rescatados de la locura. También surgieron los de aquellos temerarios que como polizontes se embarcaron luego de escapar de sus batallones para estar al lado de sus camaradas. Los lazos creados como compañeros y el fervor patriota, decidieron que no debían estar excluidos en la defensa de su patria, ofrecieron sus vidas sin que los llamen.
El “Bahía Paraíso”, un buque hospital, nos trajo de regreso al continente. Yo no era el mismo, no tenía las ilusiones, el ímpetu, la animosidad de la ida; lo de ahora eran la desilusión, la impotencia, la amargura, el llanto sin la gloria prometida y en mi cuerpo, el estigma del hambre y la costra de mugre acumulada durante casi tres meses sin bañarnos, sin cambiarnos la ropa.
Sólo cuando me vi en Río Grande sentí que estaba vivo, cuando mi estómago reconoció lo que es una comida caliente y nutritiva y sin costras, mi piel volvió a respirar. Como un símbolo de vida, presencié como se quemaban las parvas pestilentes de los uniformes.
En ese lugar, durante una semana y media, los responsables del conflicto, a través del Servicio de Inteligencia, quisieron tapar la ineficiencia y la improvisación con un lavado de cerebro, tratando de recomponer mi cuerpo y de cambiar las imágenes que traía en la cabeza. Día a día procedieron a interrogarme y trataron de convencerme de que no debía contar nada de lo sucedido en esa guerra. Me obligaron a firmar un ignominioso documento mediante el cual, se me obligaba a mantener silencio sobre el tema bajo amenaza de sanciones penales. Finalizado este “tratamiento”, nos embarcaron en un avión con destino al aeropuerto de Ezeiza en Buenos Aires.
Creí que todo había terminado, pero no fue así. Después comenzaba otra historia que alguna vez te contaré.
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